Una defensa del autoengaño

Una defensa del autoengaño gyjuanpe21 110R5pA 17, 2011 15 pagcs JUAN PEDRO PÉREZ ROMERO UNA DEFENSA DEL AUTOENGAÑO: EL HOMBRE BAJO LA TENSION DE LA SUPERVIVENCIA Y LA RACIONALIDAD. La cuestión esencial de nuestro trabajo se centrará en el papel que ejerce el autoengaño en una posible ética de la creencia, la cual deberemos, a su vez, explicitar.

En último término, y a través de un cuestionamiento sobre la tensión existente entre la racionalidad y la supervivencia, se intentará examinar si el papel de este fenómeno es unicamente el de dificultar los procesos que u(an al agente doxástico en su formación de creencias o si, por el contrario, podemos salva uardar la naturaleza del autoengaño desde algún punto d PACE 1 oris Pero antes de llegar e remos tratar un to View buen número de cue ones horizonte desde el c Empezamos subraya r y describir el osición. s: no se pretenderá realizar una reflexión que esté marcada por la excesiva teorización de la cuestión. Nuestra posición es esta debido a que en un buen número de ocasiones, el afán de establecer relaciones y distinciones conceptuales (que ayuden a clarificar la naturaleza del agente doxástico y sus procesos) acaba por onvertirse en una serie de compartimentos estancos que, a la vez que clarifica los elementos que intervienen en el problema, suele olvidar al hombre y a su naturaleza.

Por ello, y pese a que pueda alejarse del estricto proceder de la cuestión, no podemos por menos de empezar con Swlpe to vlew next page unas mínimas consideraciones antropológicas que sustenten nuestra propuesta. Sorprende que en muchas de las reflexiones de los autores que tratan los parámetros de una ética de la creencia, esté involucrada una inconsciente propensión a ensalzar las virtudes y posibilidades del hombre, casi todas ellas racionales, a la hora e enfrentarse a los problemas derivados del establecimiento de una creencia.

Desde esta aceptación de las capacidades de la razón humana se llega, sin ninguna estación intermedia, a una exigencia: aquella que manifiesta que si el agente realiza un compromiso para con sus facultades podrá satisfacer los deberes de la ética en cuestión. Quizá el exponente máximo de esta actitud sea Clifford. Su fe ciega en la capacidad racional del hombre para investigar y perseguir aquello que apunta hacia la verdad le hace llegar a decir que «ni la simplicidad mental ni la baja escala social pueden ustraerse a la obligación universal de cuestionarnos todo lo que creemos».

Y tiene razón, ahora bien, su acierto viene del hecho de exigir un deber al hombre basándose en el presupuesto no explicitado, sino dado por hecho, de que incluso el hombre menos preparado intelectualmente tiene, en base a su naturaleza y capacidad racional, la posibilidad inequívoca de lograr cumplir esta exigencia. Y es en este presupuesto donde surge el conflicto.

Tener una imagen del hombre basada en el máximum de sus capacidades cognitivas es un error de base y difícilmente aceptable, que queda retratado con un ejemplo tan tosco como lustrativo: pensemos en el tañido caso de la m 2 OF aceptable, que queda retratado con un ejemplo tan tosco como ilustrativo: pensemos en el tañido caso de la madre que ve a su hijo atrapado bajo un coche y, debido al aumento de la adrenalina, es capaz de levantar con sus propias fuerzas un vehículo de más de 500 kilos, ¿sería razonable exigir a una madre esa capacidad en todas las circunstancias posibles?

Además, estudios como los realizados por Alexandre Luria muestran hasta qué punto los procesos cognitivos pueden estar muy alejados de esa visión excelsa con que suelen ser descritos. Luria muestra hasta cinco importantes incapacidades en aquellos sujetos analfabetos o semianalfabetos, de los que los más importantes son la incapacidad para la abstracción y la generalización; la ausencia de procesos basados en la deducción, solución e imaginación y, el más esencial, la incapacidad para el autoanálisis y la autoconciencia.

Evidentemente, no abrigamos la idea de que haya que postular una ética de la creencia tomando como patrón las dificultades cognitivas de los semianalfabetos pero, precisamente por ello, tampoco creemos realizable una ética que en lugar de caer en l defecto, caiga en el exceso irrealizable de exigirle al hombre aquello que, sólo en condiciones favorables, puede satisfacer. Entendemos así al hombre tal y como lo enuncia Zaratustra a los aldeanos: «El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, – una cuerda sobre un abismo».

Precisamente el abismo mencionado aquí, nos da una clave para proseguir en nuestra tarea, proporcionándonos algo absolutamente esencial: el ab proseguir en nuestra tarea, proporcionándonos algo absolutamente esencial: el abismo sobre el que está tendido el hombre, y en el que lucha perpetuamente por no caer, es l dolor. El hombre se aferra al borde del precipcio con tal de poder sobrevivir.

De tal maneta que, en nuestra opinión, evitar el dolor y el deseo de supervivencia son los dos principios más primarios a los que el hombre está sujeto, los cuales, condicionan su existencia. A partir de aquí, podemos hablar de la razón, entendiendo siempre esta como mera deducción lógico-causal, como una facultad que viene a resolver y facilitar, justamente, las posibilidades del hombre de evitar el dolor y conseguir sobrevivir en las circunstancias más adversas.

Y esto es de extrema importancia pues, si evolutivamente la azón ha venido a convertirse en la herramienta más importante para que el hombre pueda sobrevivir siquiera un minuto en la existencia, eso nos da a entender que, de haber alguna situación en la que la razón no puede solventar las dificultades vitales, deberíamos atender a otras alternativas sin repudiarlas desde la propia razon.

De ello deberemos ocuparnos posteriormente, para hacer una caractenzación lo más precisa posible de la cuestión que tratamos, pero antes merece la pena detenerse en unas mínimas distinciones (manteniendo presente nuestra visión del hombre) ara poder exponer con claridad nuestra concepción de la creencia.

Debemos decir algo ya de entrada: el autoengaño es un fenómeno que se presenta siempre dentro de un tipo de creencia que tiene la cualidad de ser muy relev 40F que tiene la cualidad de ser muy relevante para el sujeto. Esto, que en sí mismo parece una obviedad, nos ayuda para realizar la primera distinción entre creencias banales y creencias significativas para el agente doxástico.

Esta delimitación, presente de forma análoga en la obra de William Jamesl, nos sirve para manifestar que hay, al menos, dos niveles de relación del agente ara con la creencia: uno que podemos considerar débil, cuya ejemplificación la encontramos en proposiciones como «Creo que va a lloved’; y otro fuerte, que hace al agente partícipe más intensamente para con proposiciones del tipo «Creo que mi marido es sincero conmigo» Con las ideas anteriores ya perfilamos un aspecto ineludible de nuestra manera de entender la creencia: la imposibilidad de rehuir la extrema relevancia de los aspectos vitales de la creencia misma.

Con el término «vitales», hacemos referencia a todo un conjunto de elementos que, a lo largo de la tradición, se ha lamado voluntad, naturaleza volitiva, pasiones o emotividad. Nosotros nos contentamos con definir este conjunto como todo aquello que no forma parte del estricto proceder de la razón, entendiendo este proceder como una mera deducción lógico- causal de los procesos de la creencia.

No deja de sorprender como en numerosas ocasiones estos mecanismos han sido, cuando no completamente olvidados, si al menos relegados como poco menos que interferencias a evitar en los procesos cognitivos. Por nuestra parte, tenemos la convicción de la profunda im s OF en los procesos cognitivos. Por nuestra parte, tenemos la convicción de la profunda importancia de los elementos vitales, lo que quedará especificado con la siguiente distinción a realizar: 1 James, William; La voluntad de creer. Ed. Tecnos. Madrid. 2003.

Entendemos que cualquier creencia significativa exige y contiene, en sí misma, un doble compromiso por parte del agente: * Un compromiso externo y universal: cuya característica principal es que toda creencia, y aqu[ seguimos los pensamientos de Clifford, tiene la cualidad de apuntar a la verdad. Este apuntar a la verdad es un rasgo externo e individual en el sentido de que, l aceptar la creencia en la verdad de P, estamos dando nuestro consentimiento para que p pueda tomarse como guia por parte de otros sujetos (presentes o futuros), esto es, creemos que P es una creencia verdadera y aceptable para la humanidad en su totalidad.

Como ejemplo de este tipo de compromiso podemos pensar en una proposición del tipo «La honestidad es una cualidad necesaria en la poltica». * Un compromiso interno e individual: cuya caracteristica primordial reside en la naturaleza e influencia de todas esas voliciones que hemos convenido en llamar elementos vitales, omo clara contraposición a aquellas proposiciones que pueden examinarse e investigarse bajo las categorías de verdad/ falsedad o evidencia/no evidencia.

La cualidad principal de estos elementos es que suponen, en sí mismos, un compromiso de índole individual e interno, esto es, o bien la creencia, o bien el objeto de esa creencia, supone un compromiso 6 OF e interno, esto es, o bien la creencia, o bien el objeto de esa creencia, supone un compromiso y una adhesión por parte del agente, que no tiene una relación interpersonal objetiva u homogénea. El caso más característico, y relevante para nuestro asunto, de ste elemento de la creencia, se da en el momento en que el agente efectúa creencias sobre sí mismo.

Defendemos que, en este momento, estipular la legitimidad de la creencia a través de la investigación de las evidencias conocidas se presenta, simplemente, como inviable, ya que como apunta Davidson: «Tales limites no son descubiertos por la introspección»2 Una vez expuestos los elementos que, a nuestro juicio, conforman la creencia en sí misma, hay que decir algo que resulta obvio: estos dos elementos no estén en un equilibrio permanente, sino que puede darse, y de hecho se da, una tensión entre ellos.

Aquí encontramos uno de los problemas inherentes a todo intento de teoría moral, incluida la ética de la creencia, este obstáculo no es otro que el de toparse con la inmensidad de la casuística. Con el propósito de limitar la perturbación de ésta y, a sabiendas de que nuestro 2. Davidson, Donald; Mente, mundo y acción. Ed. Paidós. Barcelona. 1992. Pág. 116. lanteamiento no podrá eliminar casos límite, proponemos una triple división en lo que concierne a las relaciones resultantes de los dos compromisos que supone toda creencia. * El compromiso externo y universal y el compromiso interno e ndividual van de la mano: Podría decirse que este es el caso más recu y el compromiso interno e individual van de la mano: Podría decirse que este es el caso más recurrente.

En este contexto, puede cumplirse esa máxima que postula Clifford por la cual, nuestras creencias son extensibles y aplicables al conjunto de la humanidad. Siguiendo con el ejemplo anterior, un caso de este tipo es tener la creencia de que «La honestidad es una cualidad necesaria en la política». De este modo, aquí se apunta hacia la verdad de la creencia, por la que seria deseable (en todo lugar y en todo iempo) que esta creencia fuera verdadera, al mismo tiempo que se manifiesta nuestro acuerdo personal e individual con la misma.

Los elementos o evidencias referidos al compromiso externo superan, ampliamente, a las consideraciones del compromiso interno: Este momento puede comprender cronológicamente al anterior, esto es, en una creencia en la que el compromiso universal y el individual están en equilibrio, se producen o conocen nuevas evidencias que rompen esa estabilidad, por lo que esa creencia pasa a ser falsa. En nuestro ejemplo, un caso de este tipo se daría cuando, debido a nuestra creencia en la honestidad e un político en partlcular, le otorgáramos nuestro voto y, posteriormente, se demostrara que este ha sido partícipe de una trama de corrupción.

Aquí debemos introducir una precisión, a saber, no es la creencia inicial «La honestidad es una cualidad necesaria en la política» la que, a causa de las evidencias, se convierte en falsa, sino que la parte que, en consecuencia con dicha creencia, habíamos utilizado para aplicarlo a ese polít que la parte que, en consecuencia con dicha creencia, habíamos utilizado para aplicarlo a ese político de «nuestra confianza» se desmorona, derrumbando la parte individual del compromiso y ejando en pie la universal. Los elementos del compromiso individual suponen una adhesión mucho más intensa que las consideraciones sobre el compromiso universal: Este caso responde a aquellas situaciones en las que las creencias que entran en juego están; o bien referidas a sujetos con los que tenemos una unión vital manifiestamente intensa, caso de los amigos, la familia o la pareja; o bien son creencias referidas a nosotros mismos.

La razón es clara: allí donde los sentimientos, anhelos o miedos presentan una influencia tan profunda, el compromiso universal y externo queda relegado a un segundo lano. Una vez delimitado el horizonte por el que consideramos que la creencia llega a ser tal cual es, debemos ahora prestar atención a la manera en que la mencionada naturaleza de la creencia se relaciona con el proceso del autoengaño. De nuevo, teniendo en cuenta que hemos postulado varias posibilidades de tensión entre los elementos de la creencia, la tarea parece ser tremendamente ingente. or ello, nuestra disquisición se enmarcará en dos planos: ‘k Aquellos casos en los que el compromiso interno e individual tiene predominancia sobre el universal, el motivo es manifiesto: llí donde hay autoengaño se supone una supremacía de las consideraciones personales y vitales en favor de sujetos con los que el agente doxástico tiene una relación trascendental, en los que se favor de sujetos con los que el agente doxástico tiene una relación trascendental, en los que se incluye, en primer lugar, al agente mismo.

Al mismo tiempo, nuestro cuestionamiento sobre la naturaleza del autoengaño tendrá como punto de referencia los pensamientos que Davidson expone en «Engaño y división» y que, en este esquema, damos por conocidos, limitándonos a recordar l ejemplo que el autor propone y que ahora citamos: «Carlos tiene buenas razones para creer que no superará las pruebas para la obtención del permiso de conducir.

Ya ha suspendido esas pruebas dos veces y su instructor ha dicho cosas bastante desalentadoras. Por otra parte, sin embargo, conoce personalmente al examinador y tiene fe en su propio encanto personal. Se da cuenta de que la totalidad de la evidencia apunta hacia el fracaso. Sin embargo, la idea de volver a fracasar en estas pruebas le resulta dolorosa. Así pues, Carlos tiene un motivo perfectamente natural para creer que no suspenderá as pruebas. (… En igualdad de circunstancias, es mejor evitar el dolor; creer que suspenderá las pruebas es doloroso; por lo tanto, es mejor evitar creer que suspenderá el examen» Como sabemos, el autor propone que, en el autoengaño, las diferentes creencias que entran en contradlcción, al no poder ser mantenidas simultáneamente, son divididas pasando a ocupar cada una un espacio diferente de la mente. Y propone que es, precisamente, esta división la que introduce la irracionalidad en el estado del autoengaño. Aquí surge la pregunta fundamental: ¿este proceso de división es legítimo