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Jerzy Kosinski El pájaro pintado JERZY KOSINSKI EL PÁJARO PINTADO Traducción de Eduardo Goligorsky p Ediciones Nacionales, Círculo de Lectores. Bogotá, 1979. -2- A la memoria de mi e la cual incluso el pasa y sólo Dios, en verdad omnipotente, supo que eran mamíferos de otra especie. Maiakovski -3- A POSTERIORI 340 e. r, sin ellos, otra cosa que ir sobreviviendo de día en día.

La mayor parte de ellos rondaban los setenta o los ochenta años, y se trataba de gente sin objetivos vitales, que durante todo el día parloteaban obsesivamente sobre su envejecimiento y tenían cada vez menos fuerzas o oluntad para abandonar el refugio del hotel. Pasaban el tiempo en los salones y restaurantes o paseando por el parque privado.

A menudo les seguía, deteniéndome junto con ellos frente a los retratos de estadistas que habían visitado el hotel entre ambas guerras, y leyendo, al mismo tiempo que ellos, las oscuras placas que conmemoraban las diversas conferencias de paz internacionales celebradas en las salas de convenciones del hotel después de la Primera Guerra Mundial.

Ocasionalmente conversaba con algunos de estos exiliados voluntarios, pero cada vez que aludía a los años de guerra en Europa Central u Oriental, enían la precaución de recordarme que, como habían llegado a Suiza antes de que estallara el conflicto, sólo lo conocían por referencias vagas, a través de informaciones de prensa y radio. Hablando de un país donde se habían levantado la mayoría de los campos de exterminio, señalé que sólo entre 1939 y 1945 habían muerto un millón de personas como consecuencia de las acciones militares ‘an matado a cinco directas, en tanto que los 2 DF millones V medio.

Más ascendía a doscientos veinte por cada mil habitantes, y sería imposible calcular el número de los que habían esultado mutilados, traumatizados, lesionados física o espiritualmente. MIS interlocutores asintieron amablemente, y confesaron que siempre habían pensado que los periodistas, apremiados por el exceso de tareas, habían exagerado mucho las informaciones acerca de los campos de concentración y las cámaras de gas.

Les aseguré que, en razón de haber pasado mi infancia y adolescencia en Europa Oriental durante los años de la guerra y la posguerra, sabia que la realidad había sido mucho más brutal que las fantasías más extravagantes. Durante los días que mi esposa permanecía en la clínica, para someterse al ratamiento, yo alquilaba un automóvil y viajaba sin rumbo fijo. Rodaba por las carreteras suizas pulcramente cuidadas, que discurr[an sinuosamente entre campos erizados de trampas antitanques, chatas, de acero y hormigón, implantadas durante la guerra para impedir el avance de los grandes carros blindados.

Continuaban allí, como barreras ruinosas contra una Invasión que 3 DF jamás se habla producido, s e inútiles como los Europa Oriental mediante cartas esporádicas, crípticas, que siempre debían pasar por manos del censor. Mientras navegaba a la deriva por el lago, me sentía hostigado por la desesperanza. No sólo por la soledad, ni por el miedo a la muerte de mi esposa, sino por una angustia que derivaba directamente de la vacuidad de las Vidas de los exiliados y de la inutilidad de las conferencias de paz de posguerra.

Cuando pensaba en las placas que adornaban los muros del hotel, ponía en duda que los autores de los tratados de paz los hubieran firmado de buena fe. Los hechos que hablan seguido a las conferencias justificaban, desde luego, mis dudas. Sin embargo, los ancianos expatriados que residían en el hotel seguían convencidos de que la guerra había constituido una aberración inexplicable en un mundo de olíticos bienintencionados cuyo humanitarismo estaba fuera de toda discusión. No podían admitir que determinados garantes de la paz se habían convertido posteriormente en los inlciadores de la guerra. or obra de esta ingenuidad, millones de seres, como mis padres, y como yo mismo, que no tuvimos la oportunidad de escapar, nos vimos obligados a participar en episodios mucho más atroces que aquellos que los tratados hablan prohibido con tanta grandilocuencia. La marcada discrepancia entre los hechos tal como yo los conocía, y la 4 DF cosmovisión nebulosa, po los exiliados los ciencias sociales pasé ala ficción. Sabía que ésta podía mostrar la vida tal como la vivimos auténticamente, a diferencia de la politica, que sólo ofrece promesas extravagantes de un futuro utópico.

Cuando llegué a los Estados Unidos, seis años antes de realizar aquel viaje a Suiza, estaba resuelto a no volver jamás al país donde había pasado los años de la guerra. Sólo había sobrevivido por casualidad, y siempre había tenido la conciencia acuciante de que otros centenares de miles de niños hablan sido sentenciados a muerte. Pero aunque me indignaba esta injusticia, no me vela como un traficante de culpas personales y reminiscencias íntimas, i como un cronista del desastre que asoló a mi pueblo y mi generación, sino simplemente como un narrador. «… la verdad es lo único en que la gente no difiere.

Todo el mundo está subconscientemente dominado por el anhelo espiritual de vivir, por la inspiración de vivir a cualquier precio; queremos vivir porque vivimos, porque todo el mundo… », escribió un judío internado en un campo de concentración poco antes DF de morir en la cámara de ui en compañ[a de la muerte Impera una disciplina de hierro. Nuestro cerebro se ha embotado, los pensamientos están numerados: no es posible asimilar este uevo lenguaje… » El objetivo que perseguía al escribir una novela fue el de examinar «este nuevo lenguaje» de la brutalidad con su consiguiente contralenguaje de angustia y desesperación.

Escribiría el libro en inglés, idioma en el que ya había escrito dos obras de psicología social, porque había renunciado a mi lengua materna al abandonar mi patria. Además, como el inglés aún era nuevo para mi, podría escribir desapasionadamente, libre de la connotación emocional que siempre tiene la lengua nativa. A medida que empezó a desarrollarse la trama, comprendí que deseaba ampliar iertos temas, modulándolos a lo largo de una serie de cinco novelas. Este ciclo de cinco libros presentaría aspectos arquetípicos de la relación entre el individuo y la sociedad.

El primero de ellos abordaría la más universalmente accesible de estas metáforas sociales: describiría al hombre en su estado más vulnerable, como un niño, y a la sociedad en su forma más mortífera, en estado de guerra. Mi idea básica consistía en que la confrontación entre el individuo indefenso y la sociedad aplastante, entre el niño y la guerra, simbolizara la condición antihumana esenclal. Pensaba, además, que las a infancia exigen el acto más sustancial nuestra vida, debemos recrearlo antes de poder enjuiciar nuestra personalidad actual.

Aunque todas las novelas nos obligan a practicar este acto de transferencia, porque hacen que nos -6- experimentemos como seres distintos, generalmente es más difícil imaginarnos como niños que como adultos. Cuando empecé a escribir, recordé Los pájaros, la comedia satírica de Aristófanes. Sus protagonistas, inspirados en ciudadanos importantes de la Antigua Atenas, quedaron reducidos al anonimato en un mundo idílico y natural, «una comarca de manso y dulce reposo, donde el hombre puede ormir plácidamente y echar plumas».

Me impresionaron la pertinencia y universalidad del enfoque que Aristófanes había suministrado más de dos milenios atrás. El empleo simbólico de los pájaros, que le permitía tratar hechos y personajes concretos sin las restricciones que impone la circunstancia de escribir tratados de Historia, me pareció especialmente apropiado, porque lo asocié con una costumbre campesina que había observado durante mi infancia. El entretenimiento favorito de uno de los ald en atrapar aves, presente ficticio intemporal, libre de las ataduras de la geografía y la historia.

Mi novela se titularía El pájaro pintado. Dado que me veía sólo como narrador, la primera edición de El pájaro pintado incluía un mínimo de información acerca de mi persona, y me negué a conceder entrevistas. Pero esta misma actitud me colocó en una situación conflictiva. Escritores, críticos y lectores bienintencionados buscaron datos para fundamentar sus asertos de que la novela era autobiográfica. Querían endilgarme el papel de portavoz de mi generación, y especialmente de quienes habían sobrevivido a la guerra.

Pero a mi juicio, la supervivencia era un acto individual que sólo le torgaba al sobreviviente el derecho a hablar en nombre de sí mismo. Pensaba que los hechos de mi vida y mis orígenes no debían servir para afirmar la autenticidad del libro, ni tampoco para incitar al público a leer El pájaro pintado. Además, opinaba entonces, como opino ahora, que la ficción y la autobiografía son dos géneros muy distintos. La autobiografía pone énfasis en una sola vida: invita al lector a contemplar la existencia de otro hombre, y le alienta a comparar su propia vida con la del protagonista.

En cambio, la vida ficticia obliga al lector a participar: no se limita a comparar, sino que realmente asume un apel ficticio, expandiéndolo en el contexto de su propia experiencia, de sus propias facultades 8 DF creativas e imaginativas. la novela fuera Independiente de la mía. Protesté cuando muchos editores extranjeros se negaron a publicar El pájaro pintado sin incluir, a manera de prefacio o de epílogo, fragmentos de mi correspondencia personal con uno de mis primeros editores de lengua extranjera.

Esperaban que estos fragmentos amortiguaran el impacto del libro. Yo había escrito dichas cartas para explicar, y no para mitigar, la visión de la novela. Si se las situaba entre el libro y sus lectores, violarían la integridad de la novela e mpondrían mi presencia inmediata en una obra destinada a valer por sí misma. La edición en rústica de El pájaro pintado, que apareció un año después del original, no contenía ninguna información biográfica.

Quizá fue por esto que en muchas bibliografías no se incluía a Kosinski entre los escritores contemporáneos, sino entre los difuntos. Después de la aparición de El pájaro pintado en los Estados Unidos y Europa Occidental (nunca se publicó en mi patria, ni se permitió su introducción), algunos diarios y revistas de Europa Oriental emprendieron una campaña contra la obra. No obstante sus diferencias ideológicas, muchos periódicos atacaron los mismos pasajes de la novela (que citaban generalmente fuera de contexto) y alteraron secuencias para fundamentar sus acusaciones.

Indignados artículos de fondo de publicaciones controladas por el Estado denunciaban que las autoridades norteamericanas me habí scribir El páiaro pintado Estas publicaciones, ostensiblemente ajenas al hecho de que todo libro editado en los Estados Unidos debe estar registrado en la Biblioteca del Congreso, citaban incluso el número del catálogo de la Biblioteca como prueba concluyente e que el gobierno norteamericano había propiciado la novela.

A la inversa, los periódicos antisoviéticos destacaban la simpatía con que, según decían, había pintado a los soldados rusos, y la esgrimían como testimonio de que la obra intentaba justificar la presencia soviética en Europa Oriental. La mayoría de los ataques de la Europa Oriental se fundaban sobre la presunta naturaleza específica de la novela.

Aunque yo me había asegurado de que los nombres de personas y lugares que había empleado no se pudieran asociar exclusivamente con un grupo nacional determinado, mis críticos afirmaban cusadoramente que El pájaro pintado era una descripción difamatoria de la vida en comunidades identificables, durante la Segunda Guerra Mundial.

Algunos detractores afirmaban incluso que mis alusiones al folklore y a costumbres nativas, tan insolentemente detalladas, constituían caricaturas de sus propias provincias natales. Otros vituperaban la novela porque deformaba el acervo nativo, porque calumniaba el carácter campesino y porque reforzaba las armas propagandísticas de los enemigos de la región. Irónicamente, la novela empezó a asumir un papel 0 340 no muy distinto del de su I niño, un nativo