Murray Bookchin Ecología y Pensamiento Revolucionario 1964 Índice general La naturaleza critica de la ecología . La Naturaleza Reconstructiva de la Ecología Observaciones sobre moderna . 2 . 10 OF43 p cología En casi todos los periodos desde el renacimiento, el desarrollo revolucionario del pensamiento ha estado fuertemente influenciado por una rama de la ciencia, casi siempre en conjunción con una escuela filosófica.
La astronomía en tiempos de Copérnico y Galileo ayudó a guiar el movimiento radical de ideas del mundo medieval, plagado de superstición, a uno embebido de acionalismo crítico abiertamente naturalista y de perspectiva humanista. Durante el Iluminismo —era que culmina en la Gran Revolución Francesa— este liberador movimiento de ideas fue reforzado por los avances en matemática v mecánica. La desmembré de en vez de integrar, por tanto que mate en vez de crear».
Quizás sea igualmente importante, el que la ciencia moderna haya perdido su filo crítico. Altamente funcionales o instrumentales en los hechos, ramas de la ciencia que una vez rompieron las cadenas de la humanidad son ahora usadas para perpetuarlas y fortalecerlas. Incluso la filosofía ha caído en el instrumentalismo y tiende a ser poco más que un cuerpo de artificios lógicos. Pero existe una ciencia, sin embargo, que quizás pueda restaurar e incluso trascender el carácter liberador de las ciencias y filosofías tradicionales.
Comúnmente pasa desapercibida bajo el nombre de «ecología» —término acuñado por Haeckel 2 hace más de un siglo para denotar «la investigación de todas las relaciones de los animales con su medioambiente inorgánico y orgánico». Al principio la definición de Haeckel suena suficientemente inocua; así la ecología, mínimamente onsiderada dentro de las ciencias biológicas, es frecuentemente reducida a una variedad de datos biométricos de entre los cuales los especialistas se centran en el estudio de las cadenas alimentarias y el estudio estadístico de las poblaciones animales.
Existe una ecolog(a de la salud que difícilmente ofenda la sensibilidad de la Asociación Médica Americana y el concepto de ecología social conformaría a la Comisión de Planeamiento de la Ciudad de Nueva York. 43 darwinismo y propuso nuevas nociones del desarrollo evolutivo (n. de t). 3 En términos generales, la ecología trata del balance de la aturaleza. En tanto que la naturaleza incluye a la humanidad, es la ciencia que trata básicamente de la armonización entre la naturaleza y la humanidad. ?ste es un punto de implicaciones explosivas. Las implicaciones explosivas de una aproximación ecológica se perciben no sólo por el hecho de que la ecología es intrínsecamente una ciencia crítica —de hecho, critica en una escala que los más radicales sistemas políticoeconómicos han fallado en alcanzar—, pero también es una ciencia integradora y reconstructiva. ?ste aspecto integrador y reconstructivo de la ecología, cargado e todas las implicaciones, conduce directamente a ideas sociales anárquicas. En un último análisis, es imposible lograr la armonización de la humanidad y la naturaleza sin crear una comunidad humana que viva en balance permanente con su ambiente natural.
La naturaleza crítica de la ecología Examinemos el lado critico de la ecología —una característica únlca para una ciencia, en un período de docilidad científica generalizada. Básicamente, este lado cr[tico deriva del objeto mismo de la ecología —de su más íntimo dominio. Las cuestiones sobre las que trata la ecología son impereceder de que no pueden ser 3 43 ignoradas sin poner en cu como a un poder superior, el de la soberanía de la naturaleza sobre el hombre y todas sus actividades.
Quizás sea que la humanidad es manipulable, como argumentan los dueños de los medios masivos de comunicación, o que los elementos de la naturaleza son manipulables, tal como lo demuestran los ingenieros con sus descollantes logros; pero claramente muestra la ecología que la totalidad del mundo natural —la naturaleza tomada en todos sus aspectos, ciclos, e interrelaciones— echa por tierra toda pretensión humana de ser los amos del planeta.
Las grandes tierras baldías del norte de África y las colinas erosionadas de Grecia, alguna vez áreas rica agricultura o exuberante flora natural, son la evidencia histórica de la venganza de la naturaleza contra el parasitismo humano. Aun así ninguno de estos ejemplos históricos se compara en magnitud y/o dimensión con los efectos del despojo realizado por la humanidad —y con la venganza de la naturaleza— desde los días de la Revolución Industrial, y especialmente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Los ejemplos históricos de parasitismo humano son esencialmente fenómenos de dimensión local; ellos fueron precisos jemplos del potencial destructivo de la humanidad y nada más. Frecuentemente 4 ellos fueron compensados por notorios mejoramientos en la ecología natural de la región; como testigos d os el esfuerzo supremo 4 43 del campesinado europeo os suelos durante siglos medioambiente es de dimensión global, como su imperialismo.
Incluso escapa al globo terráqueo, como lo manifiestan los disturbios ocurridos en el cinturón del Van Allen hace algunos años. El parasitismo humano presente perturba todavía más la atmósfera, el clima, los recursos hídricos, la tierra, la flora y la fauna de una región; perturba virtualmente odos los ciclos básicos de la naturaleza y amenaza con minar la estabilidad del medio ambiente a escala mundial.
Como un ejemplo de la dimensión moderna que alcanza el rol destructivo de la humanidad, vale mencionarse que se ha estimado que el uso de combustibles fósiles (carbón y petróleo) agrega 600 millones de toneladas de dióxido de carbono al aire anualmente algo así como el 0,03% del total de la masa atmosférica —Y esto, debo agregar, aparte de la incalculable cantidad de otros tóxicos. Desde la Revolución Industrial, la totalidad de la masa atmosférica del e ha incrementado en un 13% por sobre niveles previos, más estables.
Puede argumentarse sobre bases teóricas muy sólidas que el crecimiento de esta cortina de dióxido de carbono, al interceptar el calor irradiado por la tierra hacia el espacio exterior, conducirá al incremento de las temperaturas atmosféricas, a una más violenta circulación de los vientos, a patrones de tormentas más destructivos, y eventualmente al derreti (posiblemente en dos apas de hielo polares s 3 atmosféricos, es una advertencia del impacto que la humanidad está teniendo en el balance de la naturaleza.
Una cuestión ecológicamente más inmediata es la magnitud de la polución de los rios llevada a cabo por la humanidad. Lo importante aquí no es el hecho del uso dado a los arroyos, ríos o lagos —algo que se realiza desde tiempos inmemoriales—, sino la magnitud de la polución hídrica alcanzada en las dos generaciones pasadas. Casi todas las aguas de superficie de los Estados Unidos están contaminadas. Muchos ríos estadounidenses son cloacas, que muy apropiadamente califican como extensiones de los sistemas urbanos de desagüe; al punto, que podría considerarse como un eufemismo el describirlos odavía como ríos o lagos.
Más significativo aún, es el hecho de que grandes proporciones del agua subterránea han sido suficientemente contaminadas como para tornarlas no potables, incluso médicamente peligrosas; muchos casos de epidemias locales de hepatitis han sido relacionados con la polución en áreas suburbanas. En contraste con lo que ocurre 5 con la contaminación de aguas de superficie, la contaminación en las aguas de sub-superficie y subterráneas es extremadamente difícil de eliminar y tiende a permanecer durante décadas tras la remoción de las fuentes contaminantes. artículo de una revista de circulación masiva apropiadamente describe 6 43 los ríos navegables de los s como «nuestras aguas de un gran sistema ecológico, están literalmente muriendo. La contaminación masiva está destruyendo los ríos y lagos de África, Asia y América Latina como medios de vida, tanto como las largamente abuzadas vías fluviales de los continentes altamente industrializados. Incluso el mar abierto no se ha librado de una extensa polución.
No me refiero solamente aquí a la contaminación radioactiva producto de las pruebas de bombas nucleares o reactores, que aparentemente alcanza a toda la flora y fauna el océano. Basta con señalar que la descarga de desechos de combustibles de barcos en el Atlántico Norte se ha vuelto un problema de contaminación masiva, reclamando una porción enorme de la vida marina. Recuentos de este tipo pueden repetirse virtualmente para todas las partes de la biosfera.
Paginas pueden escribirse sobre las inmensas perdidas de tierra cultivable que ocurren cada año en casi todos los continentes; sobre la desaparición de extensas áreas de cobertura arbórea en áreas vulnerables a la erosión; sobre episodios letales de polución del aire en áreas mega-urbanas; obre la distribución mundial de agentes tóxicos, tales como isótopos radioactivos y plomo; sobre la «quimicalización» del medioambiente inmediato de las personas —uno podría decir, de la propia mesa— con residuos de pesticidas y aditivos comestibles en los alimentos.
Puestos juntos de un rompecabezas, 7 43 estas afrentas contra que amenaza con destruir a su anfitrión —el mundo natural— y eventualmente a sí mismo. En ecología, como sea, la palabra parásito, usada en este sentido sobre-simplificado, no responde cuestión alguna, sino que levanta otros Interrogantes propios. Los ecólogos saben que arasitismos destructivos de este tipo generalmente reflejan un quebrantamiento de la situación medioambiental; de hecho, muchas especies aparentemente muy destructivas bajo unas condiciones, son grandemente útiles bajo otras condiciones.
Lo que le otorga un filo profundamente critico a la ecología son las cuestiones que levantan las actividades destructivas de la humanidad: ¿Qué quebrantamiento ha convertido a la humanidad en un parásito destructivo? ¿Qué es lo que produce esta forma de 6 que no sólo resulta en grandes desequilibrios naturales, sino que también amenaza la supervivencia de la humanidad misma? La verdad es que la humanidad ha producido desequilibrios no sólo en sus relaciones con la naturaleza, sino más profundamente entre los rmsmos seres humanos —en la estructura misma de la sociedad.
Para decirlo más claramente: los desequilibrios que la humanidad ha producido en el mundo natural son causados por desequilibrios que ella ha generado en el mundo social. Hace un siglo hubiera sido posible considerar la contaminación del aire o el agua como el resultado de la codicia, la sed de ganan etencia —en breve, como 8 43 resultado de las mayoría de las empresas burguesas siguen guiándose por una ctitud de desprecio al público, como se atestigua en las reacciones de las compañías eléctricas, las automotrices y las corporaciones acereras a los problemas de contaminación.
Pero más profunda que la actitud de los propietarios, es la del tamaño de estas empresas —sus enormes proporciones fiscas, su ubicación dentro de una región en particular, su densidad en relación con la comunidad o las vías fluviales, sus requerimientos de materia prima y agua, su papel en la división nacional del trabajo.
Lo que nosotros estamos observando hoy en día es una crisis no sólo de la cología natural sino también, sobretodo, de la ecología social. La sociedad moderna, especialmente como la conocemos en los Estados Unidos y en Europa, se ha organizado alrededor de inmensos cinturones urbanos en un extremo, una agricultura altamente industrializada en el otro extremo, y, recubriendo ambas, un burocratizado y anónimo aparato estatal.
Si dejamos de lado por el momento las consideraciones morales, y examinamos la estructura física de esta sociedad, lo que necesariamente nos impresiona son los increbles problemas de logística que deben resolver —problemas de transporte, de densidad, de bastecimiento (materias primas, productos manufacturados y alimentos), de organización económica y política, de localización industrial, etc. La carga que este tipo de sociedad urbanizada y cen continental es enorme.
Si sobre cualquier área de la tierra no apta para una sana y viable ocupación humana, haciendo de vastas áreas ulteriormente inhabitables. Los ecólogos han preguntado frecuentemente, de forma burlona, por la ubicación cientificamente exacta del punto de quiebre ecológico de la naturaleza —presumiblemente el punto en el cual el mundo natural cederá ante la humanidad. Esto es el equivalente a preguntarle a un psiquiatra por el preciso momento en el cual un neurótico se volverá un psicótico no funcional. No existe manera de responder a tal pregunta.
Pero el ecólogo puede ofrecer una intuición estratégica 7 dentro de las direcciones que la humanidad ha venido siguiendo como resultado de su separación del mundo natural. Desde la perspectiva de la ecología, la humanidad ha peligrosamente simplificado su medioambiente. Las ciudades modernas representan las intromisiones regresivas de lo sintético en lo natural, de lo inorgánico (cemento, etales y vidrio) en lo orgánico, y de lo artificial, de estímulos elementales en lo variopinto y naturalmente salvaje.
Los grandes cinturones urbanos 3 ahora en desarrollo en las zonas industrializadas del mundo, no sólo son groseramente ofensivos para la vista y el oído, sino que además se están volviendo en crónicamente ruidosos, sitiados por el smog y virtualmente inmovilizados por las congestiones vehiculares. Este proceso de simplificación del medioambiente humano que lo vuelve cada vez más vulgar y básico, tiene una dimensión física y también una cultural. 0 DF ‘3 La necesidad de manipula poblaciones urbanas