La metamorfosis Franz Kafka

La metamorfosis Franz Kafka gy BlackangcIP,Ih Ocopa» 14, 2016 | 85 pagos Durante el otoño de 1912, en Praga, escribió Franz Kafka (1883-1924) La metamorfosis, la peripecia subterránea yliteral deGregor Samsa, un viajante de comercio que al despertarse una mañana «de un sueño lleno de pesadillas se encontró en su cama convertido en un bicho enorme».

En pocos libros de Kafka quedatan explicito ytan nítido su mundo como enLa metamorfosis, en la que el protagonista, convertido en bestia, sumido en la más absoluta incomunicación se ve reducido cruelmente a la nada y arrastrado inexorabl Kafka desarrollan igurosas variacione pesadillas, asignan PACE 1 to View nut*ge ros escritos de inexorables obsesiones enigmáticas apersonajes desorientados yvencidos, pero talvez sea La metamorfosis la narración que mejor expresa al «hombre primordial kafkiano».

De ahí que merezca la calificación unánime de obra perfecta y obra maestra, un texto decididamente superior en el panorama de la literatura universaldel siglo XX. www. lectulandia. com – Página 2 Franz Kafka arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación conel esto desutamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. «¿Qué me haocurrido? », pensó. No era un sueño.

Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatroparedes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraba extendido un muestrario de paños desempaquetados —Samsa era wajante decomercio—, estaba colgado aquel cuadro quehac(a poco había recortado deunarevista yhab(a colocadoen un bonito marco dorado. Representaba aunadama ataviada con un sombrero y una boadepiel, que estaba allí, sentada muy erguidaylevantaba hacia el observador n pesado manguito depiel, enel cual había desaparecido su antebrazo.

La mirada deGregonosedirigió después hacia la ventana, yel tiempo lluvioso —se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del alféizar de la ventana— lo ponía muy melancólico. «¿Qué pasaría —pensó— si durmiese un poco más y olvidase todas las chifladuras? » Pero esto era algo absolutamente imposible, porque estaba acostumbrado adormir del lado derecho, pero ensu estado actual no podía ponerse de ese lado. Aunque se lanzase con mucha fuerza hacia el lado derecho, unayotra vez se volvía abalancear 2 5 sobre la espalda.

Lo inte es, cerraba los ojos ataleaban, y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el costado un dolor leve ysordo queantes nunca había sentido. «Dios mío! —pensó—. iQué profesión tan dura he elegldo! Un día sí y otro también deviaje. l_os esfuerzos profesionales son mucho mayores queenel mismo almacén dela ciudad, yademás seme haendosado este ajetreo deviajar, el estaral tanto de los empalmes de tren, la comida mala y a deshora, una relación humana constantemente cambiante, nunca duradera, que jamás llega a ser cordial.

Que se vaya todo al diablo! » Sintió sobre el vientre un leve picor, con la espalda se deslizó lentamente más erca dela cabeceradela cama para poder levantar mejor la cabeza; se encontró con que la parte que le picaba estaba totalmente cubierta por unos pequeños puntos blancos, que no sabía a qué se debían, y quiso palpar esa parte con una pata, pero www. lectulandia. com – Página 4 inmediatamente la retiró, porque el roce le producía escalofríos. Sedeslizó denuevoasuposición inicial. «Esto delevantarse pronto —pensó— hace auno desvariar.

El hombre tieneque dormir. Otros viajantes viven como pachás. Si yo, por ejemplo, a lo largo de la mañana vuelvo ala pensión para pasar alimpolos pedidos que heconseguido, estos eñores todavía están sentados tomando el desayuno. Eso podríaintentar yoconmi jefe, pero enese moment la calle. Quiénsabe, por 85 lo demás, si no sería para mí. Si no tuviera que dominarme por mis padres, ya me habr(a despedido hace tiempo, me habría presentadoante el jefeyle habría dicho miopinión con toda mialma. iSe habría caído dela mesa!

Sí quees una extraña costumbre la de sentarse sobre la mesa y, desde esa altura, hablar hacia abajo con el empleado que, además, por culpa de la sordera del jefe, tiene que acercarse mucho. Bueno, la esperanzatodavía no está perdidadel todo; si alguna vez tengo l dinero suficiente para pagar las deudas quemls padres tienenconél —puedo tardar todavía entre cinco yseisaños— lo hago con toda seguridad. Entonces habré llegado el gran momento; ahora, por lo pronto, tengo que levantarme porque el tren sale a las cinco», y miró hacia el despertador quehacía tictac sobre el armario. ?Dios del cielo! », pensó. Eran las seis y media y las manecillas seguían tranquilamente hacia delante, ya había pasado incluso la media, eran ya casi las menos cuarto. «¿Es que no habría sonado el despertador? » Desdela cama seveía queestaba correctamente puesto alas uatro, seguro quetambién había sonado. Sí, pero… ¿era posible seguir durmiendo tan tranquilo con ese ruido que hacía temblar los muebles? Bueno, tampoco había dormido tranqullo, pero quizá tanto más profundamente. ?Quéiba a hacer ahora? El siguiente tren salía alas siete, para cogerlo tendría que haberse dado una prisa loca, el muestrario todavía no estaba empaquetado, y 4 85 mismo no se encontrab nte espabilado y ágil; mismo no se encontraba especialmente espabilado y ágil; e incluso si consiguiese coger el tren, no se podía evitar una reprimenda del jefe, porque el mozo de los ecados habría esperado en el tren de las cinco y ya hacía tiempo que habría dado parte de su descuido.

Era un esclavo del jefe, sin agallas ni juicio. ¿Qué pasaría si dijese que estaba enfermo? Pero esto seria sumamente desagradable y sospechoso, porque Gregorio no habra estado enfermo ni unasola vez durante los cinco años de semcio. Seguramente aparecería el jefe conel médlco del seguro, haría reproches a sus padres por tener un hijo tan vago y se salvaría de todas las objeciones remitiéndose al médico del seguro, para el que sólo existen hombres totalmente sanos, pero con aversión al trabajo. ??Y es que en este caso no tendría un poco de razón? Gregorio, aexcepción deunamodorra realmentesuperflua después del largo sueño, se encontraba bastante bien eincluso teníamucha hambre. Mientras reflexionaba sobre todo esto con gran rapidez, sin poderse decidir a www. lectulandia. com – Página 5 abandonar la cama —en este mismo instante el despertador daba las siete menos llamaron cautelosamente ala puerta queestaba ala cuarto—, cabecera desu cama. —Gregorio —dijeron (era la madre)—, son las siete menos cuarto. ?No ibas a salir deviaie? s 5 voz que, evidentemente, era la suya, pero en la cual, como esde lo más profundo, se mezclaba un dolorosoencontenible par, queenel primer momento dejaba salir las palabras con claridad para,al prolongarse el sonido, destrozarlas detalforma queno se sabía si se había oído bien. Gregorio querría haber contestado detalladamente y explicarlo todo, pero enestas circunstanciasse limitó adecir: —Sí, sí, gracias madre, ya me levanto.

Probablementeacausa dela puerta demaderano se notaba desde fuera el cambio enla voz deGregorio, porque la madre setranquilizó con esta respuesta yse marchó de allí. Pero merced a la breve conversación, los otros miembros de la familia se abían dadocuenta dequeGregorio, encontradetodo lo esperado, estaba todavía en casa, y ya el padre llamaba suavemente, pero con el puño, a una de las puertas laterales. —iGregorio, Gregorio! —gritó—. ¿Quéocurre? —tras unos instantes insistió de nuevo con voz más grave—. iGregorio, Gregorio!

Desdela otra puerta lateral se lamentaba envoz baja la hermana. Gregorio, ¿no te encuentras bien? , ¿necesitasalgo? Gregorio contestó hacia ambos lados: —Ya estoy preparado con una pronunciación lo más cuidadosa posible, y haciendo largas pausas entre las palabras,se esforzó por despojar asuvoz detodo lo ue pudiese llamar la atención. El padre volvió a su desayuno, pero la herma 6 5 susurró: intención de abrir, más bien elogió la precaución decerrar las puertasque había adquirido durante sus viajes, yesto incluso encasa.

Al principio teníala intención delevantarse tranquilamentey, sin ser molestado, vestirse y, sobre todo, desayunar, y después pensar en todo lo demás, porque en la cama, eso ya lo veía, no llegaría con sus cavilaciones a una conclusión sensata. Recordó queyaenvarias ocasiones había sentidoenla cama algún leve dolor, quizá producido por estar mal tumbado, dolor que al levantarse abía resultado ser sólo fruto de su imaginación, y tenía curiosidad por ver cómo se iban desvaneciendo paulatinamente sus fantasíasdehoy.

No dudaba enabsoluto de queel cambio devoz no era otra cosa queel síntoma deun buenresfriado, la enfermedad profesional delos viajantes. Tirar el cobertor era muy sencillo, sólo necesltaba inflarse un pocoycaería por sí www. lectulandia. com – Página 6 solo, pero el resto serra diffcil, especialmente porque él era muy ancho. Hubiera necesitado brazos ymanos para incorporarse, pero ensulugar tenía muchas patitas que, sin interrupción, se hallaban enel más dlspardelos ovimientos yque, además, no podía dominar.

Si quer(adoblaralguna deellas,entonces era la primera la quese estiraba, ysi por fin logra esta pata lo quequería, entonces todas las Quería salir dela cama enprimer lugarconla parte inferior desu cuerpo, pero esta parte inferior que, por cierto, no había visto todavía y que no podia imaginar exactamente, demostró ser difícil de mover; el movimiento se producía muy despacio, ycuando, finalmente, casifurioso, se lanzó hacia delante contoda sufuerza sin pensar en las consecuencias, habra calculado mal la dirección, se golpeó fuertemente con la pata trasera dela cama yel dolor punzante uesintió le enseñó queprecisamente la parte inferior desu cuerpo era quizá en estos momentos la más sensible. Así pues, intentó enprimer lugarsacar dela cama la parte superior del cuerpo y volvió la cabeza concuidado hacia el borde dela cama. Lologró con facilidad y, a pesar desuanchura ysu peso, el cuerpo siguió finalmente con lentitudel girodela cabeza. ero cuando, por fin, tenía la cabeza colgando enel aire fuera dela cama, le entró miedodecontinuar avanzando deeste modo porque, si se dejaba caer enesta posición, tenia que ocurrir realmente un milagro para que la cabeza no resultase erida, y precisamente ahora no podía de ningún modo perder la cabeza, antes prefería quedarse enla cama. pero como, jadeando después de semejante esfuerzo, seguía allí tumbado igual queantes, yveía sus patitas denuevoluchando entre sí, quizá con más fuerzaaún, y no encontraba posibilidad iegoyorden aeste 8 5 atropello, se decía otra v en la cama y que lo más sensato era sacrificarlo todo, si esqueconelloexist(ala más mínima esperanzadeliberarse de ella. pero al mismo tiempo no olvidaba recordar de vez en cuando que reflexionar serena, muy serenamente, es mejor que tomar decisiones desesperadas.

En tales omentos dirigía sus ojos lo más agudamente posible hacia la ventana, pero, por desgracia, poco optimismo y ánimo se podían sacar del espectáculo de la niebla matinal, queocultaba incluso el otro lado dela estrecha calle. se dijo cuando sonó de nuevo el «Las siete ya despertador—, las siete ya y todavía semejante niebla», y durante un instante permaneció tumbado, tranquilo, respirando débilmente, como si esperase del absoluto silencio el regreso del estado realycotidiano. Pero después se dijo: «Antes dequedenlas sieteycuartotengo quehaber salido dela cama del todo, como sea. por lo demás, para entonces habrá venido alguien el almacén apreguntar www. lectulandia. com – Página 7 por mí, porque el almacén se abre antes de las siete. ? Y entonces, de forma totalmente regular, comenzó abalancear su cuerpo, cuan largoera, hacia fuera dela cama. Si se dejaba caer deella deesta forma, la cabeza, que pretendía levantar con fuerza enla calda, permanecería probablementeilesa. l_aespalda parecía ser fuerte, seguramente no le pasar r sobre la alfombra. Lo más diffcil, asumodo quese produciría, y que posiblemente provocaría al otro lado detodas las puertas, si no temor, al menos preocupación. Pero había queintentarlo. CuandoGregorioya sobresalía amedias dela cama —el nuevo método era más un juego queun esfuerzo, sólo teníaquebalancearse a empujones— se le ocurrió lo fácil quesería si alguien viniese ensuayuda.

Dos personas fuertes —pensaba ensu padre yenla criada— hubiesen sido más quesuficientes; sólo tendrían queintroducir sus brazos por debajo de su abombada espalda, descascararle así de la cama, agacharse conel peso, ydespués solamente tendrían quehaber soportadoquediese con cuidado unavuelta impetuosa enel suelo, sobre el cual, seguramente, las patitas adquirirían su razón deser. Bueno, aparte dequelas puertas staban cerradas, ¿deb(a de verdad pedir ayuda? A pesar de la necesidad, no pudo reprmlr una sonrisa al concebir tales pensamientos. Ya había llegado el punto enel que, al balancearse con más fuerza, apenas podía guardar el equilibrio ypronto tendría quedecidirse definitivamente, porque dentro de cinco minutos serían las sieteycuarto. Enese momento sonó el timbre dela puerta dela calle. «Seguro queesalguien del almacén», se dijo, ycasisequedó petrificado mientras sus patitas bailaban aún más deprisa. Durante un momento todo permaneció en silencio. «No abren», se dilo Grego o por alguna absurda