Jack Cristina Brocos

[ndice Portada Dedicatoria Agradecimientos Capítulo 1 Capitulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capitulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capitulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 14 15 Capítulo 16 Capítulo 17 18 19 Capítulo 20 capítulo 21 Capitulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 capítulo 25 Capitulo 26 71 p ypienso entirar la toalla. iQué suertehetenidodeencontrarte, Marta! A mieditora en Esencia (Planeta), EstherEscoriza, por confiar en mí, por creer enminovela ypor darme esta oportunidad que agradezco enel alma. Al doctor Carlos Vicario (doctorado en Medicina y Cirugía por la

Universidad Complutense de Madrid y actualmente jefe de sección de la Unidad deCirugía decolumnaenel hospital Nuestra Señora del Prado de Talavera de la Reina), por rescatarme de ese mar de la información llamado internet y en el que me sentía al pairo. Gracias por tu profesionalidad, tus conocimientos Ytu paciencia infinita. iHa sido un lujo contarcontu ayuda! (Cualquiererrorsólo es achacable amL) Sellamaba Juan José, pero todos le llamaban JJ. Suaspecto era como el decualquier otro niño, depiernas largas como palillos ybrazos largos como palillos.

Había nacido enunafamilia como otra cualquiera, ero en su interior se estaba formando un terremotodesentimientos. Fue al alcanzar la pubertad cuando el epicentro del terremoto comenzó a vibrar y alteró sus hormonas, que tomaron el mando de su 2 DF cuerpo vle dirigieron end ta entonces nunca atormentaba. Hasta que una noche de escaramuzas en busca de algo que se la aplacara, descubrió la fuente del placer: el chocolate. En él encontró la calma. Sólo él conseguía aminorar un poco sus ansias, y comerlo se convirtió en su gran pasión, en su droga, en su válvula de escape, en su refugio, en su liberación.

A ninguno le hacía ascos, todos le ustaban: blanco, negro, con leche, con avellanas, relleno, con almendras… pero había uno enespecial quele robaba el alma: el dedulce de leche; el más delicioso, el más sensual, el más adictivo. Cuandolo sentía deshacerse en su boca era… como tocarel cielo. Y fue así, dejándose llevar por semejante manjar delos dioses, sucuerpo comenzó aexpermentar un cambio tan radical quea su prop. a madre, en ocasiones, le costaba reconocerle bajo aquella capa de grasa que recubría sus huesos.

De su padre recibió lo que había recibido siempre: golpes y más golpes, pero afortunadamente, el anto que le envolvía conseguía atenuarlos, como SI deun escudo protector se tratara. De los pocos amigos que tenía, cada vez fueron quedando menos. Quizá por la Impresión quesus casicien kilos depeso les causaba, y que, cientoveinte. Japrendió alos quince años, se tran 3 DF en carne sobre las mareas. El mismo día que la báscula le informó de sus ciento veinte kilos, los últimos amigos abandonaron definitivamente la esfera de su pequeño mundo, sumiéndole en la más profunda soledad.

Y fue esa soledad recién descubierta la que dirigió sus pasos hacia un lugar que unca antes había visitado: la biblioteca. Fue así como, ensus ultimos años deinstituto,JJse introdujo enel apasionante mundo delos libros descubriendo con asombroque todos le gustaban. Clásicos o modernos, tragedias o comedias, no había género literario que no explorase, y en todos encontraba algo que le fascinaba. Los protagonistas delas historias quecaían ensus manos se convirtieron en los amigos que no ten[a, y su familia, la real, en un personaje secundario desu vida.

Una vida queno le satisfacía ydela que intentaba escapar siempre quepodía, dejando quela imaginación le transportase a quellos lugares enlos quenunca había estado, pero con los que soñaba cada noche, cuando sus dossueños recurrentes se lo permitían. Porque Jteniadossueños. Dos sueños quellenaban sus noches y mente. Dos sueños quele impulsabanaseguir adelante cuando sentía que yano teníafuerzas para continuar. Dos sueños quele hacían creer que otro mundo podía existir. Un e la brutalidad no 4 DF ‘7-1 impregnase cada formar un hogar, pero del bueno, del deverdad. ?se era sugran sueño, el primero, el quedeseaba alcanzar con todas sus fuerzas y en cuyo logro no pensaba escatimar esfuerzos. pero para onseguirlodebía alcanzar su segundo sueño, el quele proporcionaría las alas necesarias para poder volar, para escapar deaquel lugar quepara el era un infierno, yese sueño era… ser bombero. No sabía de dónde le venía esa necesidad, pero ahí estaba desde su más tierna infancia, y se había vuelto tan real como el hambre; la una llenando su mente, la otra llenando su cuerpo.

Y mientras esperaba para alcanzar sus sueños, en la biblioteca se aprovisionaba de libros y en el quiosco de la esquina de chocolate, y sentado en su cama dejaba que su mente se sumergiese en las palabras, mientras el cacao se eshacía lentamente en su boca. Cuando las borracheras de su padre subran de volumen, se ponía los cascos yescuchaba el sonido del mar, ese quesólo conocía por los libros y la televisión, pero que con su sensual cadencia era capaz detransportarlo hasta unarealidad distinta, quele relajaba.

Al cumplirlos veinte años, decidió queya había llegado el momento de hacer realidad el se Sus padres sueños, ser bombero. 5 DF aquitarledela cabeza semejante idea, tuvo enJeI efecto contrario: arraigando en lo más hondo de su mente y de su corazón y convirtiendo, así, lo que hasta entonces había sido un sueño n auténtica obsesión. Ni siquiera los duros requisitos quese exigían para acceder al cuerpo debomberosconsiguieronamilanarle. Seentregó aelloen cuerpo yalma, pero apesar dela preparación intensivaydel duro entrenamiento al que se sometió, no logró pasar las pruebas.

La rabia contenida se multiplicó por dos y volvió a la carga con más ahínco, dispuesto a conseguir su sueño. Enese camino hacia la central debomberosconoció apedro, qulen, a pesar detener unaforma físicaenvidiable, también se había quedadoalas puertas. El problema de Pedro no era el cuerpo, sino la mente, y, econociéndose como dos partes incompletas de un todo, ambos decidieron aunar esfuerzos. El carácter taciturno y reservado de JJ se adaptó a la perfección al campechano y bromista de Pedro, Y, mientras uno marcaba un plan detrabajo basado enleer, leeryleer, el otro marcó uno basado encorrer, correrycorrer.

Tras un año de duro entrenamiento, JJ y Pedro entraron por pleno derecho enel cuerpo por la puerta grande, copando los primeros puestos desu promoción. muy resemado, aceptaba de buen grado las bromas de los veteranos. Y fue uno deellos quien le bautizó por tercera vez en su vida. Ocurrió una tarde en la que, al término de un duro turno, los hombres entraban y salían de las duchas, intentando quitarse de la piel el olor del humo yel miedo. Al ver alos novatos conla toalla enrollada en la cintura, el veterano, yaentrado enañosyenkilos, dio la voz dealarma. —iMuchachos, ya podéis darles fuerte alas pesas!

Me temo que refuerzos quehanllegado osquitarán alas chicas con sólo chasquear los dedos. Si bien el cuerpo depedro era unaauténtica moledecien kilos,el de J era puro hierro. Su amigo había hecho un buen trabajo con él, de los michelines yano quedabani rastroy, bajo supielreluciente por l agua, se marcaban todos ycada uno delos músculos queun hombre tieneensu cuerpo,yalguno más quela mayoría tieneescondldos. iDios santo! —exclamó asombradoel veterano . iEs Jack! —¿Quién es ése? —preguntó Pedro. —iOh, claro, vosotros no tenéis ni idea, sois demasiado jóvenes!

Verás… , hace muchos años se hizo muy famosoun anuncio de la tele. Una rubiaexuberante, subida enunamoto degran cilindrada y enfundada enun mono de cuero negro, se quitaba el casco moviendo su preciosa melena DF rubia V, baiándose la cre ono, enseñaba el enaquella época, os lo aseguro. Noera Jack —dijo otro veteranoentre risas —No me discutas, que yo soy más viejo primero, frunciendo el ceño—. Era Jack. ¿De quéera el . Era Jacq’s. —contestó el —iEso es lo más curioso! iNo tengo ni pajolera idea de qué anunciaban, pero del resto me acuerdo detodo!

Asi fue como JJse convirtió enJack, yenaquel momento comenzó su leyenda. Con su carácter taciturnoyreservado, su cuerpo de infarto, su pelo negro como la noche, sus profundos ojos marrones y su nariz aguileña, parecía tener un imán invisible para atraer alas mujeres como abejas a un panal de rica miel. No había fémina en la iudad que no perdiese los papeles cuando aquel hombre la miraba, ganándose así una famaderompecorazones queno le gustaba, pero queera la envidia desus compañeros. Sin embargo, por más que las mujeres se le ponían en bandeja, Jack nunca parec[a satisfecho.

Una tarde, desconcertado, Pedro le preguntó: ¿Y la rubiadel sábado, Jack? ¿Nohasvueltoaquedar con ella? —No. —¿Por qué? Era muy guapa. —SÍ, lo era,pero hayotrascosas aparte del cuerpo, Pedro. iYa, hombre, pero esquela tíaestaba cañón! —Sí, bueno, era lo único quetenía, te lo aseguro. —Jack, ¿puedo preguntarte québuscas enunamujer? ??Busco… que me motive…. que me divierta… , que me emoclone… , queme conmueva. Enpoc eme llene. 8 DF —Ya. ¿Y la rubiano era as rubia sólo quería follar, sólo eso, no le interesaba nada más. oder,tío, desde queestamos aquí heconocido amás mujeres que en toda mi vida, y no ha habido ninguna que me llenase de verdad, ninguna! iEs desesperante! —Bueno, pues piensa queya llegará. Tiene quehaber alguien en este gran universo que sea perfecta para ti. ¿Cómo te gustaría que fuese? Físicamente, me refiero. —Eso no tiene importancia, Pedro, ninguna importancia, te lo aseguro. 2 Cuandose acercó al cuartitobajo la escalera, el olor del alcohol llegó amis fosas nasales inundando mis pulmones al momento, provocándome unas arcadasqueno tuve más remedio quecontener.

Golpeó la puerta con fuerza, mientrassuvoz ronca yatronadora se colaba entre las rendijas de las tablas de madera y entraba en mis oídos, alterando mi mente y estremeciendo micuerpo unavez más. —iMañana es el gran día, puerca! —gritó—. iMañana nos desharemos de ti! —Dio otro golpe que hizo retumbar la casa entera—. iNo volverás adarnos ¿eh?… iTe ha venido bien estar problemas nunca más!… PAGO aq f, te No dicesnada, ha venido bien! el tercer escalón: era la niña.

Sus pasos eran inconfundibles, yyo, después de llevar tanto tiempo allí metida, sabía identificar quién era quién sólo por su forma de caminar. Conocía los sonidos de LA CASA mejor que nadie, cada quejido del suelo, cada crujirdelas vigas, cada ráfaga deaire que se colaba por los agujeros. A veces, en la oscuridad de la noche, cuando cerrabalos ojos, habríajuradoqueLACASA me hablaba; pod[a escuchar sus susurros, podía oír sus lamentos. Se acercó ala últimatabla, la queestaba suelta, la quitó entamente y me entregó una manzana que cogí con ansia; aquel día era lo único que me llevaba a la boca.

Si no hubiese sido por ellas, por las niñas y las manzanas, ya me habr(amuertodehambre hariamucho, mucho tiempo. —Gracias. —No he podido traerte más, lo siento —susurró, acurrucándose al otro lado dela puerta. —No importa, está muy rica. —¿Tienes agua? —SÍ, aúntengo. ELLA se ocupaba de ponérmela cada día, pero no para evitar que muriese de deshidratación, sino para recordarme que yo tan sólo era un perro. —Te vas mañana. —Su vo 471 teza—. Me gustaría que