El psicoanalista

El psicoanalista gyaIcx149S 110R5pR 16, 2011 g pagcs EL PSICOANALISTA El señor Bishop, en partículas, junto con la señorita Levy y el realmente desafortunado Roger Zimmerman, que compartía su piso del Upper West Side y al parecer su vida cotidiana y sus vívidos sueños con una mujer de mal genio, manipuladora e hipocondríaca que parec(a empeñada en arruinar hasta el menor intento de independizarse de su hijo, dedicaron sus sesiones a echar pestes contra las mujeres que los habían traído al mundo.

Era furia hacia sí mismo. Sabía por experiencia y formación que, con el tiempo, tras años de hablar con amargura en el ambiente eculiarmente distante de la consulta del analista, todos ellos llegarían a esa conclusión por sí solos. El motivo de su cumpleaños le recordaba de un modo muy directo su mortalidad. Su propio padre habí cumplido cincuenta y es el estrés y años, de malévolamente bajo El antipático de Roge de haber org n debilitado por le rondaba sutil y en los últimos minutos de la última sesión del día.

Antes de su primera sesión, se informaba a cada cliente nuevo de que, al entrar debía hacer dos llamadas cortas, una tras otra, seguidas de una tercera, más larga. Eso era para diferenciarlo que udieran llegar a su puerta. A las seis de la tarde no h SWipe page había ninguna anotación. El reloj marcaba las seis menos doce minutos, y Roger Zimmerman pareció ponerse tenso en el diván. -Nunca ha venido nadie después de mí, por lo menos que yo recuerde- -No me gusta la idea que venga después de mí- -Lo más probable es que quienquiera que éste ahí fuera sea más interesante que yo, ¿verdad? soltó con amargura. Zimmerman se volvió con brusquedad y cruzó furibundo la pequeña consulta para salir por una puerta sin mirar atrás. La consulta tenía tres puertas: una que daba al recibidor, econvertido en una pequeña sala de espera; una segunda que daba directamente al pasillo del edificio, y una tercera que llevaba a la coclna, el salón y el dormitorio del resto del PISO. Su consulta era una especia de isla personal con portales a esos mundos. No tenia ni idea de a cuál de sus pacientes se la habría ocurrido volver.

Tampoco era capaz de imaginar qué paciente sufriría una crisis tal que lo llevara a introducir un cambio tan inesperado en la relación entre analista y analizado. En eso Zimmerman tenía razón. Cambiar iba en contra de todo. Así que cruzó la habitación con brío, con el impulso que genera la xpectativa. Abrió la puerta y observó la sala de espera. Estaba vacía!! Y entonces vio el sobre que alguien había dejado en el asiento de la unica silla que había para los pacientes que esperaban. Se acercó y recogió el sobre. Tenía su nombre mecanografiado. ara los pacientes que esperaban. Se acercó y recogió el sobre. Tenia su nombre mecanografiado. -Qué extraño- musitó. Abrió el sobre y extrajo dos hojas mecanografiadas. Leyó sólo la primera línea: «Feliz 53c cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte» El doctor Frederick Starks, un hombre dedicado profesionalmente la introspección, viv(a solo, perseguido por los recuerdos de otras personas. Se dirigió a su pequeño escritorio de arce, una antigüedad que su esposa le había regalado hacía quince años.

Ella había muerto hacía tres años, y cuando se sentó tras la mesa le pareció que todavía podía oír su voz. Extendió las hojas de la carta delante de él, en el cartapacio. Dedico unos segundos a intentar sosegar sus rápidos latidos y esperó con paciencia hasta notar que recuperaba su ritmo habitual. Ricky Starks- no solía dejar que nadie supiera cuánto prefería el sonido afable y amistoso de la abreviación informal al más sonoro Frederick- era un hombre rutinario y ordenado.

Su minuciosidad y formalidad rozaban Sln duda la obsesión; cre(a que imponer tanta disciplina a su vida cotidiana era la única forma segura de intentar interpretar el desconcierto y el caos que sus pacientes le acercaban a diario. Suicídese, Doctor. Tírese desde un puente. Vuélese la tapa de las sesos con una pistola. Arrójese bajo a un autobús. Láncese a las vías del metro. Abra el gas de la estufa. Encue 31_1f8 Abra el gas de la estufa. Encuentre una buena viga y ahórquese. Puede elegir el método que quiera. pero es su mejor oportunidad.

Su suicidio será mucho más adecuado, dadas las circunstancias de nuestra relación. Y, sin duda, una manera más satisfactoria de que pague lo que me debe. Verá, vamos a jugar a lo siguiente: tiene exactamente quince días, a partir de mañana a las seis de la mañana, para descubrir quién soy. Si lo consigue, tendrá que poner uno de esos pequeños anuncios a una columna que sale en la parte inferior de la portada de New York Times y publicar en el mi nombre. Si no lo hace… Bueno, ahora viene lo divertido. Observará que en la segunda hoja del esta carta parece los nombres de cincuenta y dos parientes suyos.

Su edad comprende desde un bebé, de seis meses, hijo de su sobrino, hasta su primer, el inverso Wall Street y extraordinario capitalista, que es tan soso y aburrido como usted. Si no logra poner el anuncio según lo descrito, tienen una opción: suicidarse de inmediato o me encargaré de destruir a una de estas personas inocentes. Sólo para que que las cosas sean más interesantes, aunque alguien intuitivo e inteligente debería suponer que esta carta esta llena de pistas junto a un así, ahí va un anticipo, y gracias. La vida era alegre en el pasado Un retoño y sus padres a su lado.

El padre soltó am racias. El padre soltó amarras, se largó Y entonces todo eso se acabo. Después de una alarga busca e inquietantes pistas, hasta una tentadora distracción llamado Virgil. Al doctor Ricky se le había terminado el tiempo y no obtuvo mas tomar una decisión pero frente a si mismo solo tenia dos opciones: poder encontrar el nombre del Sr. R o suicldarse Se negaba la idea que alguien muriera por su culpa y vivir con esto el resto de su corta y casi patética vida. pero una noche en vela supuso que el Sr.

R lo que quería era que el estuviera realmente muerto, así que opto por fingir su muerte en su casa e campo en Provincetown. Señor R: usted gana. Lea el Cape Cod Times. Esta fue la ultima pista que Ricky habrá dejado a su asechador. Y Otra última para que fuera mas creíble su muerte. A quien pueda interesar: He hecho esto porque estoy solo y no soporto el vacío de mi vida. Me resultaría imposible causar más daño a ninguna otra persona. He sido acusado de cosas de las que soy inocente. Pero soy culpable de cometer errores con personas a las que amaba, y eso me ha llevado a dar este paso.

Agradecería que alguien enviara por correo a los donativos que eh dejado. Todos los bienes y ondos restantes de mi patrimonio deberían ser vendidos y lo que quede de mi casa aquí, en Wellfleet, debería convertirse en zona protegida. vendidos y lo que quede de mi casa aquí, en Wellfleet, debería convertirse en zona protegida. A mis amigos, so los hay, espero que me perdonéis. A mis familiares, espero que lo entendáis. Y al señor R, que me ayudó a llegar a está situación, espero que encuentre muy pronto sus propio camino hacia el infierno porque ahí le estaré esperando.

Dos semanas después de la noche en que murió, Ricky estaba en una habitación de motel, sentado a los pies de una cama llena de ultos que crujía cada vez que caminaba de postura, escuchando el ruido del tráfico distante que se mezclaba con el sonido del televisor de una habitación continua. Durante dos días estuvo caminando por las calles, invisible para todo el mundo. Su aspecto era el de un indigente, un alcohólico trastornado por las drogas o esquizofrénico, o incluso las tres cosas, aunque si alguien le hubiera mirado con atención a los ojos, habría visto un propósito claro, lo que no es habitual en un vagabundo.

Una noche metido en un callejón le robo a un hombre su cartera haciéndolo creer que traía un arma, aquel hombre posiblemente o residente de aquella ciudad se la dio sin discusión alguna y se marcho lo mas rápido posible. Ricky no abrió la cartera inmediatamente, si no hasta tomar dos autobuses que lo llevarían a una taquilla y ahí poderse asear y tomar un cambio de ropa que había dejado escondido. La cartera olía a sudor seco, y Ricky pe y tomar un cambio de ropa que había dejado escondido. La cartera olía a sudor seco, y Ricky pensó con rapidez su contenido.

No había gran cosa, pero lo que tenía era una especia de mina de oro. Además de la tarjeta de la Seguridad Social había un carne de conducir de Illinois caducado, un carné de biblioteca e un sistema suburbano de las afueras de San Luis, Misuri, y una tarjeta de la cadena de estaciones de servició de Triple A del mismo estado. Ninguna de estas identificaciones requer[a foto, salvó el carné de conducir , que aportaba detalles como el color de cabello y los ojos, la estatura y el peso junto a una fotografia algo desenfocada de Richard Lively.

También había una tarjeta de identificación de un hospital de Chicago señalada con un astensco roj en una esquina. Con esta nueva identidad ahora su propósito era matar al causante que le hizo fingir su muerte y conocer al fin quien era en realidad. Descubrió que hace 20 años una mujer había ido a una clínica donde apenas estaba empezando de ejercer su carrera como psicoanalista. Está claramente tenia muchos problemas, su esposo la golpeaba y no podía sustentar a su familia que constaba de tres niños.

Pensó que unos de estos tres niños era el señor R. Al paso del tiempo descubrió también donde trabaja la mujer tentativa que el señor R había mandado como distractora y se hizo pasar por un productor de teatro en busca de algunas modelos había mandado como distractora y se hizo pasar por un productor de teatro en busca de algunas modelos. Enviándole con ella un poema como el juego anterior que le había rebatado su supuesta vida. Sabe quién era, no quién soy. por eso está en un lío hoy. Ricky se fue; murió en el mar.

Y yo su sitio vine a ocupa Como Lázaro me eh levantado, y ahora le toca morir a otro pingado. Otro juego, señor R. en un viejo lugar, Y cara a cara nos vamos a enfrentar porque hasta los malos poetas aman la muerte. Tras llevarlo a varias pistas más el ya no era la presa se había convertido en el cazador. Siguió así hasta llevarlo a su antigua casa de campo en donde había terminado todo, al menos para el señor R. Ya Ricky estaba preparado había tomado e inclusive clases para disparar y no apiadarse del hombre que no la tuvo en él.

Ricky ajustó la mirada de la pistola e inspiró hondo. Estaba apretujado contra los escombros, incapaz de moverse y con el camino detrás de él también bloqueado. Toda la vida que había vivido y toda la que tenía por vivir descartadas, todo por un solo acto de negligencia cuando era joven y debió haber actuado de otro modo. Puso el dedo en el gatillo de la pistola y se armo de fuerza y voluntad. -Olvidas algo- dijo despacio, con frialdad-. El doctor Starks ya está muerto Y DISPARÓ. 81_1f8