Columna de hierro

Columna de hierro gyjesuscatalan 1 110R6pp 17, 2011 1C pagcs c ualquier parecido entre la República de Roma y la de Estados Unidos de América es puramente histórico, así como la similitud de la antigua Roma con el mundo moderno. Aquel gran romano, Marco Tulio Cicerón, fue un personaje pollfacetico: poe-,ta, orador, amante, patriota, polltlco, esposo y padre; amigo, autor, abogado, her—mano e hijo, moralista y filósofo.

Sobre cada una de estas facetas de su personali-,dad se podría escribir un libro. Sus cartas a su editor y más caro amigo, Ático, conforman muchos de los libros de la Biblioteca del Vaticano, así como de otras grandes bibliotecas del mundo. Sólo su vida de político podría llenar una biblio-lteca y ha sido llamado el Más Grande Abogado. Sus propios libros son volumi-. nosos y tocan temas referentes a la le la ancianidad, el deber, el Swp to page consuelo, la mo–,ral, 10 novela.

Aunque era u to View devoto, un místico y filós miembro del Consej estima por el sabio C al ya merecerla una también muy te fue nombrado fue tenido en gran actuación como cónsul de Roma (un cargo parecido al de presidente de Estados Unidos) ya daría lugar a un grueso volumen sin necesidad de referirse a su cargo de senador. Sus casos judiciales son famosos. Sus Orationes constituyen muchos volúmen volúmenes. Durante dos mil años los patriotas han citado sus libros con referencia a los deberes del hombre para con Dios y la patria, especialmente el De Republica.

La correspondencia que intercambió con el historiador Salustia podría llenar varios tomos (Biblioteca del Vaticano y otras famosas bibliotecas). Al final de este libro se incluye una bibliografía. Sus cartas a Julio César revelan su naturaleza afable y conciliadora; su buen humor y a veces su irascibilidad y lo bien que conoc[a el extraño, sutil, festivo y poderoso temperamento e aquél, por no citar sus extravíos.

Aun-tque eran de naturaleza tan diferente, como los «géminis»l , según dijo Julio César una vez, éste raramente logró engañarle, ia pesar de que lo intentó! «Sólo confío en ti en Roma», le confesó Julio en una ocasion. Ambos se es—timaron a su manera, con precaución, cautela, carcajadas, rabia y devoción. Su relación es un tema fascinante. El más caro y devoto amigo de Cicerón fue su editor Ático, y su co-,rrespondencia, que abarca miles de cartas a lo largo de toda su vida, es conmovedora, reveladora, tierna, desesperanzadora y engorrosa. ??tico es-lcribía con frecuencia que Cicerón no sería apreciado en su época, «pero edades aún por nacer serán las receptoras de tu sabiduría y todo lo que has dicho y escrito será una advertencia para naciones aún desconocidas». Sus numerosas visiones sobre el terrible futuro (el que ahora afr 20F 10 aún desconocidas». Sus numerosas visiones sobre el terrible futuro (el que ahora afrontamos en el mundo moderno) las describe en sus cartas a Ático. Estaba muy interesa–. o en la teología y filosofía judaicas, conociendo muy bien a los profetas y las profecías sobre el Mesías que había de venir, siendo además dora-,dor del Dios desconocido. Anheló ver la Encarnación profetizada por el rey David, Isaías y otros grandes profetas de Israel, y su visión del fin del mundo, que figura en los capítulos primero y segundo de Joel (versión del rey Jaime) y Sofonías (versión de Douay-Challoner), es mencionada en una de sus cartas a Ático (Biblioteca del Vaticano) y, por cierto, describe al mundo en un holocausto nuclear.

Su última carta, escrita poco antes de su muerte, es de lo más movida y relata a Ático su sueño de la visión de la Mano de Dios. Cicerón se sintió particularmente impresionado por el hecho e que en todas las religiones, incluyendo la hindú, la griega, la egipcia y la israeli—ta, existe la profecía de un Mesías y de la encarnación de Dios como hombre. Se sintió tan fascinado y esperanzado que en muchas de sus cartas especula sobre el Advenimiento y deseó, sobre todas las cosas, vi-. ir todavía cuando eso ocurriera. Su amigo judío (cuyo nombre no men-,ciona, pero a quien yo llamo Noe ben Joel) es citado con frecuencia en sus cartas a varios amigos y se sintió muy atraído por el famoso actor judeo-romano 0 con frecuencia en sus cartas a varios amigos y se sintió muy traído por el famoso actor judeo-romano Roscio, padre del teatro moderno, sobre quien se podría escribir otro libro. Odió y temió al militarismo y fue un hombre pacifico en un mundo que no conoció ni conocería la paz.

Sus relaciones con Pompeyo, el gran sol-,dado, fueron tempestuosas, porque recelaba del militarismo de Pompeyo, aunque honraba su conservadurismo y procuró su exilio cuando César marchó sobre Roma. César, aunque era un patricio y un soldado, pertene-lc[a al partido popular y pretendía ser un gran demócrata que amaba a las masas, pero Cicerón sabía muy bien que las despreciaba. Cicerón, como hombre de la nueva clase media, se sentía asqueado ante esta engañosa e hipócrlta actltud de «mi querido y joven amigo Julio», quien a su vez pensaba que su propia hipocresía era muy divertida.

En cuanto a Cicerón, jamás fue hipócrita; en todo momento fue un moderado, un hombre de so-,luciones intermedias, un creyente en el honor y la decencia intrínsecos del hombre corriente, un hombre que amó la libertad y la justicia, la pie-ldad y la amabilidad. Era inevitable, por lo tanto, que fuera asesinado. Nunca llegó a los extremos de deificar o denigrar a los hombres corrien—,tes. Se limitó a aceptarlos, se compadeció de ellos y luchó por sus dere—chos y libertades. La más profunda devoción terrenal de Cicerón fue la Constitución de Roma y especialme 40F 10 libertades. e Roma y especialmente su Ley de las Doce Tablas. Por ello fue calumniado en un mundo romano que había comenzado a perder el respeto a ambas, y esto también es cosa familiar para nosotros los americanos. Sin embargo, descon-,fiaba de la venalidad de los jueces y siempre luchó contra ellos en los tribu-lnales cuando representaba a clientes. Para él, el gobierno según la ley era un dicto de Dios basado en las leyes naturales, y el gobierno según los hombres era lo que más había que temer en una nación.

Vivió lo bastante para ver cómo el último triunfaba en la República romana, dando como resultado la ti—ranía. Sus discursos contra Lucio Sergio Catilina podr(an ser usados hoy en día por los políticos amantes de la libertad, porque son extremadamente moder-,nos. Las arengas de Catilina y sus incitaciones al pueblo no son invenciones de esta autora. Salustio las recopiló y si parecen contemporáneas, no es por-,que la autora las haya retocado.

De Cicerón se ha dicho que en realidad ?fue el primer americano», mientras que por desgracia Catilina sigue existiendo en varios políticos de nuestro tiempo. Las historias de la República romana y de Estados Unidos son asombro-,samente paralelas, lo rmsmo que Cincinato, «el padre de su patria», es extra—ñamente parecido a George Washington. Los políticos de hoy pueden ver re-flejada su image extra—ñamente parecido a George Washington. Los políticos de hoy pueden ver re-‘flejada su imagen muchas veces en Catilina, así como muchos de sus secretos deseos.

Si Cicerón viviera en la América de hoy, se sentiría horrorizado… Tan famillar la encontraría. La pax Romana, concebida en un espíritu de paz, conciliación y legislación mundial, se asemeja misteriosamente a las Naciones Unidas de hoy. El resto es historia mutua, incluyendo la ayuda exterior y las naciones recalcitrantes, asf como la desintegración debida al hecho de que tantas naciones menospreciaran el espiritu de la Carta de la Pax Romana, como ahora menosprecian el espíritu de la Carta de las Naciones Unidas.

No he querido acentuar el parecido entre la pax Romana y las Naciones unidas, pero que tienen cierta similitud es un he•cho ya registrado por la Historia, y como dijo Cicerón y antes que él «Las aciones que ignoran la Historia están condenadas a repetir sus tra—gedias». Los romanos fueron historiadores meticulosos y registraron los acon-tecimientos en el mismo momento en que se producían. Por lo tanto, si los lectores se sienten interesados por las extrañas similitudes entre Roma y América, no tienen más que estudiar la historia de Roma.

Yo he pasado nueve años escrlbiendo este libro y he procurado ser todo lo objetiva que una mujer puede ser. No trato de forzar la aceptación de ninguna de mis opiniones 60F 10 mujer puede ser. No trato de forzar la aceptación de ninguna de mis opiniones perso-males. Me he Imitado a presentar a Marco Tulio Cicerón y a su mundo para que el lector saque sus propias conclusiones. Este libro fue dedicado a John F. Kennedy antes de su asesinato (tan parecido en cierto modo al de Cicerón), y ya habíamos sostenido alguna correspondencia sobre el tema.

Esas cartas irán a parar algun día a la gi—blioteca Kennedy. Ahora, tristemente, tendrá que estar dedicado a su memoria. Cicerón fue un ser humano, así como un político, un abogado y un orador. Los hombres desean que sus héroes sean perfectos, cosa tan laudable como poco realista. Así pues, Cicerón es presentado n este libro como hombre, con las peculiaridades que comparte con los otros hombres y no como una es—tatua de mármol.

Sufrió mucho por las vacilaciones y confusiones que tiene por naturaleza un hombre morigerado, de tan gran moderación que creyó que los demás hombres serían razonablemente civilizados. Nunca pudo recobrar–. se del hecho de ser un hombre racional en el más irracional de los mundos, pues éste es el destino de todos los moderados. Aunque en cualquier biblioteca hay al alcance del lector centenares de li—. bros sobre Cicerón, César, Marco Anton10, Craso, Clodio, Catilina, etc. n los más diversos idiomas, y miles de escritores y políticos han citado las Cartas de Cicerón, yo por mi parte he traducido unos centena parte he traducido unos centenares de éstas, pertenecientes a la correspondencia sostenida entre Cicerón y Ático, su edi—tor, en la Blblioteca del Vaticano, durante abril de 1947, así como otras rnu-chas cartas de las que Cicerón dirigió a su hermano, su esposa, su hijo, Cé-,sar, Pompeyo y otras personas, en otra de mis estancias en Roma y Grecia durante 1962.

Mi esposo y yo comenzamos a trabajar en este libro en 1947, para lo cual tuvimos que tomar centenares de notas ecanografiadas y llenar treinta y ocho libretas. Mucho antes de que un libro empiece a ser escrito (y nosotros comenzamos a escribirlo en 1956), hay que tomar muchas notas y ponerlas en orden, hacer traducclones y preparar comentarios. Los libros se asemejan a esa séptima parte de un iceberg que sobresale de la superficie del mar.

Las otras seis séptimas partes se ocultan en forma de preparación, notas, bibliografía, estudio perseverante, traducción, coordinación, interminable meditación y, por supuesto, la constante comprobación de fuentes, así como la visita a los escenarios que constituyen el fondo de toda novela istórica. Pasamos mu-chos dias entre las ruinas de la antigua Roma, consultamos a muchos ex-pertos en dicha ciudad para conocer el emplazamiento exacto de los varios templos y edlficlos que se mencionan al hablar del Foro.

También estudia—rnos en las bibli 10 templos y edificios que se mencionan al hablar del Foro. También en las bibliotecas romanas las antiguas referencias de los especialistas sobre el aspecto de la ciudad en tiempos de Clcerón. Hicimos todo esto en aras de la autenticidad. También son auténticas la descripción de la (Acrópolis de Atenas y, en particular, la del majestuoso Partenón, porque no sólo pasamos uchos días entre sus ruinas, sino que consultamos a los arqueó–,logos de Grecia siendo huéspedes del gobierno griego en 1962. Hemos de agradecer particularmente la amable ayuda que nos proporcionó el minis-ltro de Cultura. ) Hemos puesto las menos notas posibles, porque en cada sitio , «escribió Ático», etc. , es que las donde dice «escribió Cicerón» cartas son auténticas y pueden ser halladas en muchos libros existentes en las bibliotecas. Es el Cicerón patriota, el amante de la Constitución y de la Ley de las Doce Ta—blas el que hoy ha de merecer nuestra admiración y llevarnos a profundas reflexiones. Fue atacado como «reaccionario» y como «radical», según quién lo atacaba o qué camino segura.

Fue acusado malévolamente de wi-lvir en el pasado y no en esta época moderna y dinámica», e igualmente se le atribuyó el «violar ciertos puntos de la ley y emplear métodos abusi-. vos». Para algunos estaba «en contra del progreso» y para otros era «de-masiado conservador». Y si estas frases le parecen al lector penosamente familiares, e «de-masiado conservador». Y si estas frases le parecen al lector penosamente familiares, es culpa de la Historia y de la naturaleza umana, que no jamás. Pero Cicerón se mantuvo siempre en la línea de la lo que le creó violentos e inquietos enemigos entre los hombres arn—biciosos.

La afirmación de que los romanos tenían un periódico diario, que a menudo era utilizado para difundir propaganda, no es ningún anacronismo. La verdad es que había tres periódicos rivales en tiempos de Cicerón, pero el Acta Diurna era el favorito. Hasta tenían columnistas y Julio César fue el primer ejemplo. Tenían dibujantes de historietas que se consideraban a si mismos muy ingeniosos y satíricos, incluían las noticias de las últimas ransacciones del mercado de valores y no faltaban los chismes escanda-,losos.

Los discursos y cartas de Cicerón parecen tan actuales como lo fueron para los romanos de hace dos mil años e incluso tan trascendentales como nuestra prensa de hoy, hablando de acontecimientos similares. Sic transit Roma! Sic transit América? Oremos para que no sea así o arrastraremos con nosotros nuestro mundo, al igual que Roma arrastró tras sí al suyo, y otra larga Edad de las Tinieblas caerá sobre nosotros. pero -como Aristóteles se lamentaba- han aprendido jamás los hombres de la Historia?