Aura o las violetas gyualenhogo ‘IORúpR 17, 2011 71 pagos Aura o Las violetas Vargas Vila, José María Published: 2010 Categorie(s): Tag(s): «Narrativa modernista» «Colombia» D escorrer el velo tembloroso con que el tiempo oculta a nuestros ojos los parajes encantados de la niñez; aspirar las brisas embalsamadas de las playas de la adolescencia; recorrer con el alma aquella senda de flores iluminada rimero por los ojos cariñosos de la madr or 71 mujer amada; traer a Sv. çxto n ut*ge corazón, las primeras suspiros y las primer un alivio en la advers s ardientes de la empestades del nto, los primeros s un consuelo y desfallecida, se rejuvenece con aquellas brisas; el corazón se vuelve a abrir a los reflejos de aquel sol purísimo, y la imaginación vuelve a adornarse con el espléndido follaje de aquella primavera inmortal; iprimer amor! iencanto de la vida, alborada de la felicidad; los rayos de su luz no mueren nunca! icorona encantadora de la niñez, formada con las primeras flores que brota el alma, y acariciada por los hálitos de la inocencia! l tiempo la marchita, y descolora después; pero, las hojas mustias de aquellas flores, los rayos amortecidos de aquella aurora, las claridades de aquella edad, n que vaga aérea y vaporosa, la imagen de una mujer, envuelta entre las gasas de la infancia; aquellos recuerdos y aquella historia, son la más bella Swlpe to vlew nexr page herencia de la vida; páginas de la adolescencia, recuerdos de la cándida mañana de la vida, cánticos melodiosos de aquel himno, murmullos de aquella edad bendita, icuan gratos son al corazón herido! llos traen al alma, recuerdos del nativo campo, brisas del huerto paterno, rumores de sus ríos, perfumes de sus bosques, voces queridas, imágenes amadas, y besos de la madre, enviados en las alas de la tarde; iellos despiertan al corazón! benditos sean! Hay al volver los ojos al pasado, seres tan Íntimamente ligados a las escenas más interesantes de nuestra vida, que marcan en la memoria, las huellas de su existencia, con caracteres indelebles, y señalan épocas, días y horas, que se levantan fijos como fantasmas, en la neblina obscura de otro tiempo; 2 cruces solitarias, clavadas allí, por el recuerdo, mostrando las jornadas que nuestra planta vacilante, incierta, de viaje siempre, a las regiones desconocidas de la Eternidad, no ha de volver a repasar jamás; tales han sido las violetas para mi, su resencia me despierta tantos recuerdos, su perfume trae a la memoria tantas ilusiones perdidas, que cada una de ellas me parece una estrofa, arrancada de aquel poema, cuyos primeros cantos formaron la aurora de mi vida.
Catorce primaveras contaba yo aquel día; esta frente, hoy palidecida, y angustiada, era entonces tersa, despejada y serena; estos ojos que han enturbiado después las lágrimas de la desesperación, tersa, despejada y serena; estos ojos que han enturbiado después las lágrimas de la desesperación, y los insomnios del pesar, eran grandes y negros, abiertos, soñadores; esta cabellera, en la cual espuntan hoy delgados hilos de plata, como un pago anticipado, del invierno del dolor, al invierno de la edad, era entonces negra, rizada y abundante; estos labios amargamente plegados ahora por la decepción, sonreían con esa ingenua franqueza, con que un alma de catorce años sonríe a la mañana de la vida; mi alma era pura, como la sonrisa de una madre, y mi corazón inocente, como la mirada de un niño; y, ella! icuán bella estaba aquel día, con sus hermosos ojos azules, como flores de borraja, sus blondos cabellos, del col de las margaritas en estío, su semblante pálido, y su mirada triste! cuán bien le sentaban su traje vaporoso, azul, y su sombrero de paja, atado debajo de la barba, con cintas del mismo color! l sol descendía lánguidamente al ocaso, y sus últimos fulgores iluminaban la naturaleza, con esa luz melancólica y tibia acon que e] astro rey se despide de aquella parte de la tierra que empieza a dormirse en los brazos de la sombra, helada, los besos de la noche; las nubes vagaban desgarradas en el firmamento, semejando copos de níveo vellón, y más encendidas al Occidente, parecían con los resplandores de la luz moribunda, las últimas gradas de un incendio lejano; era la hora del repúsculo, en que las aves se recogen al nido, tendiendo sobre él las alas entreabiertas, y las flores de noche ab que las aves se recogen al nido, tendiendo sobre él las alas entreabiertas, y las flores de noche abren sus cálices pálidos, al primer resplandor de los luceros, cual si fueran las almas de las muertas vírgenes, que vienen al silencio de la noche, a recibir los besos que sus amantes les mandan con rayos de luz desde el espaclo; esta hora en que la naturaleza toda, al compás de las palmas que se mecen, de las palomas que se quejan, de las olas que ruedan, de los murmullos que gimen, y, viendo levantarse la luna llenclosa en el Oriente, como una hostia sostenida en el espacio, por las manos de un sacerdote invisible, parece murmurar con todos aquellos acordes, una plegaria a su Creador; hora meditabunda y triste, para las almas soñadoras y enamoradas; ihora de la meditación y el sentimiento, de las tristezas y del amor, hora sublime! l huerto de la paterna estancia, estaba lleno de perfumes; las brisas murmuraban tristemente, como los acordes de un arpa desconocida, pulsada en el silencio de aquellos campos por el genio de la soledad; el cielo estaba sereno, despejado, como nuestra conciencia de niños; las flores e inclinaban temblorosas a nuestro paso; los viejos árboles que nos habían visto crecer cerca de ellos, parecían brindarnos el toldo de su anciana vestidura para cobijar nuestros amores, y las aves asomaban su cabeza fuera del nido para vernos pasa , levantando un gorjeo débil, cual si estuviesen celosas de nuestra felicidad. Aura, apoyada en mi brazo, caminaba distraída, dejando estuviesen celosas de nuestra felicidad.
Aura, apoyada en mi brazo, caminaba distraída, dejando errar su mirada dulce, por las riberas del torrente cercano, bordadas de lirios blancos y de zucenas silvestres, y apenas hollaba con su planta las gram(neas que le servían de alfombra; yo, me sentía orgulloso y feliz, de llevarla a mi lado, aquella niña vaporosa y bella, soñadora y triste; había sido el encanto y la dicha de mi niñez; juntos habíamos nacido, bajo ese cielo siempre primaveral de nuestra patria, habíamos crecido a la sombra de aquellos bosques gigantescos, y nos había servido de horizonte la inmensa esplendidez de aquellos valles; junto con ella y mis hermanas, habíamos recorrido alborozados esos campos, en pos de las perdices, cazando con flechas las palomas, y robándoles el nido a las londras, y cuando las sombras de la noche nos sorprendían, regresábamos al hogar, recibíamos la bendición, que mi madre daba a todos, como si ella también fuera su hija, rezábamos al toque de oración, y nos separábamos luego, dándonos cita para recorrer al día siguiente algún paraje olvidado en nuestra última excursión; los viejos arrendatarios de la hacienda, estaban acostumbrados a vernos vagar juntos, en alegre caravana, recorriendo sus campos y hollando descuidados sus plantíos, y, muchas veces, hablamos tomado en su rústico albergue, el pan y la leche con que nos obsequiaban aquellos sencillos campesinos, que habían sido: unos, compañeros de mi abuelo en sus faenas de campo; otros, soldados s OF campesinos, que habían sido: unos, compañeros de mi abuelo en sus faenas de campo; otros, soldados de mi padre en las últimas campañas, y hoy, cultivadores de aquella hacienda, donde mi madre se había refugiado cor: nosotros, después de la muerte de mi padre, y los cuales miraban con tan cariñoso respeto, a la viuda y a los huérfanos, que habían ido a vivir allí, entre los restos de su pasada opulencia, como el que habían tenido por sus antiguos señores, en todo el esplendor de su ortuna; así se hab[an pasado los primeros años de nuestra infancia, sencillos y puros, como la vida de las aves que gorjeaban sobre nuestras cabezas, inocente y amable como la de los niños pastores de las tribus bíblicas; después, un poco más crecidos, el corazón y la mirada, los suspiros y los anhelos infinitos, nos hicieron comprender que nos amábamos, y despertamos a un mundo nuevo, entre los himnos de aquella naturaleza, virgen como nosotros, los cánticos de aquellas aves, los murmullos de aquellas fuentes, el esplendor de aquel cielo bellísimo y la galana xuberancia de aquella vegetación tropical, como debieron despertar Adán y Eva, a los primeros rayos del sol y a las primeras sensaciones de la pasión, entre todas las armonías, la luz y la belleza del Paraíso; desde entonces comprendimos el amor, y ya nuestros ojos se buscaban con insistencia, cada una de nuestras sonrisas era una promesa, y cada una de nuestras palabras era una confesión; buscábamos la soledad, porque el mundo nos era importuno, y nos en era una confesión; buscábamos la soledad, porque el mundo nos era importuno, y nos entregábamos a esos raptos de dulce elancolía, en que parece que las almas de los amantes, se desprenden de sus cuerpos, y alzando el vuelo juntas, cual dos palomas que dejaran el nido, buscan regiones más serenas donde poder hablarse en ternísimos coloquios, de aquel amor que forma su ventura; icuántas veces, su mano entre mis manos, y mi frente sobre su seno, nos arrobamos en aquellos éxtasis sublimes, mirando declinar el sol, hasta que las sombras de la noche nos advertían que era tiempo de volver a casa! virginidad del alma, primera eflorescencia de la vida, primavera del amor, quién os tuviera! iquién conservara una no de vuestros himnos, na palabra de vuestros cantos, una flor de vuestras coronas, que sirviera de consuelo en esta noche eterna de pesar! así se deslizaba nuestra vida mansa y feliz como un rumor la soledad, como una onda en el lago, como un murmullo en el viento; éramos dos aves gemelas, ensayando el vuelo en el nativo bosque, dos olas jugueteando en el remanso azul de un mismo río, dos lágrimas de la aurora en el cáliz de una misma flor, dos lirios nacidos y enlazados a la ribera de una misma fuente; pero, iay! ronto la tempestad debía rugir sobre nosotros; el nido de nuestra felicidad debía caer al suelo y separados tristemente, iríamos consumirnos al dolor de la ausencia; yo veía la tormenta condensarse sobre nuestras cabezas, veía que el rayo de la desgracia iba a herir aquella f tormenta condensarse sobre nuestras cabezas, veía que el rayo de la desgracia iba a herir aquella frente inmaculada, y no podía protegerla, ni me atrevía a anunciarle la desventura que nos amenazaba; embebido en tan tristes pensamientos, llegamos al sitio de Las Violetas, espacio cubierto por grandes árboles, bajo cuya sombra crecían en profusión, aquellas flores que ella amaba tanto, y al cual, los campesinos habían dado aquel nombre oético y bello. Aura, quitóme de la mano el pequeño cesto que yo le había ayudado a conducir, y doblando las rodillas, se inclinó para llenarlo de violetas; icuán bella estaba así! espués, han pasado muchos años; errante y sol tario, he llegado a aquel lugar, y siempre me ha parecido verla allí, arrodillada, formando ramilletes con las flores; mientras permanecía en aquella actitud, yo la devoraba con la mirada, y al pensar que iba a abandonarla, acaso para siempre, no pude contenerme, y las lágrimas brotaron de mis ojos; ella, acababa de formar un pequeño ramo, que ató on hebras de sus cabellos a falta de cinta, y alzando la frente, me lo alargó con cariño, diciéndome: -Toma, éste es el tuyo; pero al fijar sus ojos en los míos notó que había llorado, y poniéndose de pie, exclamó con emoción: -¿Qué tienes? ¿por qué lloras? ¿por qué estás triste? temblaba la pobre niña como azogada, y sus ojos suplicantes inspiraban lástima; callé, porque no me atrevía a desgarrar su corazón, con la noticia de mi partida. -por piedad – me dijo entonces—, dime qué tienes; había tanta corazon, con la noticia de mi partida. por piedad -me dijo ntonces-, dime qué tienes; había tanta tristeza en su mirada, tan profunda desesperación en su acento, que fue preciso decirle todo, al saber que era la última vez que debíamos vernos en mucho tiempo; que al día siguiente partiría para la Capital, donde mis parientes me reclamaban para que principiara mis estudios y que duraría largos años sin verla, lanzó un gemido ahogado, como el grito de una torcaz que va a morir, y se lanzó a mis brazos exclamando con desesperación: 6 -No te vayas, por Dios, no me abandones; nada pude responderle, porque los gemidos ahogaban mi voz; estreché ontra mi corazon, su cabeza idolatrada, y nos sentamos sobre el césped; allí, permanecimos mudos, largo rato, sus lágrimas caían sobre mi pecho, y las mías empapaban sus cabellos; iqué cuadro aquél! idos niños heridos por la primera ráfaga del dolor, y estrechándose el uno al otro, como para protegerse contra la desgracia! icuánto lloramos! el corazón, en la adolescencia, es como una sensitiva; se abre al más tibio rayo del sol del placer, y se recoge estremecido al contacto del dolor; feliz edad, aquella en que se encuentra el llanto como un consuelo, en presencia de a adversidad, iay! espués he buscado en vano en mis ojos, una lágrima para desahogarme; el pesar y la desesperación las han secado; así mudos y absortos permanecimos un rato; después, hablamos mucho y muy paso; ¿qué nos dijimos? el coloquio de dos almas inocentes, en el silencio de un muy paso; ¿qué nos dijimos? el coloquio de dos almas inocentes, en el silencio de un bosque, prontas a separarse tal vez para siempre, es como acordes de un himno misterioso, que sólo pueden remedar los ángeles; como estrofas Incoherentes, voces truncas de un idioma divino, de un canto melodioso, que no se uelven a escuchar jamás; en aquel silencio que todo lo envolvía, sólo se escuchó por algún tiempo el ruido confuso de nuestras voces, murmullos y gemidos, y besos, y promesas, y súplicas de amor… uando volvimos de aquel delirio apasionado, en que nos habían sumido el cariño y el dolor, la noche acababa de cubrir el firmamento, con sombras tan espesas, como las que acababan de caer sobre nuestras almas; mudos y temblorosos, no acertábamos a mirarnos, pero al fin era preciso declrnos adiós; haciendo un esfuerzo supremo, la estreché por última vez contra mi pecho, junté a los suyos mis labios yertos, y, al epararlos, sentí que mi alma se quedaba en ellos; como un hombre que huye de la luz, me cubrí los ojos con la mano, y me alejé rápidamente; sonó un grito débil a mi espalda, volví a mirar, y Aura, que había caído de rodillas sobre aquella alfombra de violetas, pálida como un cadáver y bañada en llanto, pronunciaba mi nombre; 7 cerré los ojos para no verla llorar, apuré el paso, y doblé senda que conducía a mi casa. iCuántos años han pasado y siento aún la impresión de aquella escena! al llevar aquella noche la mano a mi frente, hallé marchitas en ella, las flores de mi corona infantil