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3669tdpem gy kimberlomc I 14, 2016 147 pagos Annotation Sexo. Amistad. ¿Dónde se encuentra el amor? Necesito encontrarlo. Errores. ¿Alguna vez has sentido que no estabas hecha para tu vida? ELENA MONTAGUD Trazos de Placer Amazon Sinopsis ¿Dónde se encuentra amor? or147 to View nut*ge ¿Alguna vez has sentido que no estabas hecha para tu vida? Autor: Montagud, Elena 02014, Amazon ISBN: a8a1 Cl 2c&9f. 4762-bcl sancfdd3985b Generado con: QualityEbook vO. 75 —¿SEGURO que ya has hecho esto labio inferior y cierro los ojos, tratando de escapar de su mirada. Me dan ganas de gritarle que me bese. Se aparta de mí.

Yo abro los ojos de golpe. Me habría gustado tanto que se quedara más rato rozando mi piel… Pero tampoco quiero demostrarle que estoy babeando por él como una jovenzuela. —De acuerdo. Colócate como estabas antes —me ordena, situándose tras su caballete—. pero baja los brazos. iOh, joder! Todavía estoy con ellos por encima de la cabeza como una tonta. Los coloco a ambos lados del cuerpo. Él se asoma por un lado del lienzo y vuelve a arquear una ceja. Le hago un gesto para que se tranquilice y me coloco tal y como me ha indicado en un principio. Inspiro y suelto todo el aire para tratar e relajar el cuerpo. arece que lo consigo porque, al cabo de unos segundos, él reanuda su tarea. Poso durante un par de horas que se me hacen eternas. En alguna que otra ocasion se asoma, hace gestos raros, se acerca con el pincel y lo menea por delante de mí, como dibujándome en el aire. Cuando acaba, yo siento un sinfín de hormiguitas correteando por mi cuerpo. Se me han dormido hasta las pestañas de permanecer dos horas en la misma postura sin apena músculos. Me pregunto cómo ha conseguido estar en esa forma. Solo se puede definir con una palabra: perfección. Su cuerpo ha conseguido una musculatura ideal.

Y tengo que reconocer que jamás en mi vida había visto a un tío así. iPensaba que solo existían en las pelis, en las novelas o en la tele! Pero ahora mismo tengo a uno delante de mi, que me está mirando casi sin parpadear. Y yo no puedo más que apartar el rostro porque sé que me estoy sonrojando. Como él no dice nada y yo estoy cada vez más nerviosa, lo único que se me ocurre es coger el bolso para despedirme y salir pitando de allí. Sin embargo, como me tiemblan tanto las manos, se me escurre y todo su contenido acaba por el suelo. Me agacho desesperada, con tan mala pata que él ambién se lanza a ayudarme.

Así que nuestras frentes chocan sin poderlo evitar. —iAu! —me quejo, llevándome una mano a la cabeza. Él tiene la suya agachada, y me fijo en que sus hombros tiemblan. A continuación escucho un sonido… iSe está riendo de mí! Le voy a preguntar qué es lo que le hace tanta gracia cuando me fijo en que sostiene algo en la mano… iOh, no! iEs mi pa El que uso en mis noches Siento que cada vez me pongo más roja. Ambos nos levantamos. Él menea el juguete y arquea una ceja con expresion interrogativa. Es Ducky, mi mascota —digo con un hilo de voz. IJna mascota muy especial, ¿no?

Noto que toda esta situación le parece muy divertida. Yo me estoy mosqueando cada vez más. iNo puedo sentirme más avergonzada que en estos momentos! —¿Me lo devuelves, por favor? alargo el brazo y pongo mi mejor cara de niña buena para que me lo dé. Aprieta la colita del pato ante mi atónita mirada. Y entonces el juguete empieza a vibrar en su mano. Él amplía la sonrisa y a continuación dirige los ojos hacia mí. —Vaya —se rasca la barbilla—. Ya entiendo qué tipo de mascota es. No lo aguanto más. Estiro el brazo y le arranco el pato con toda mi mala leche.

Lo guardo a toda prisa. ¿Pero a quién se le ocurre llevar un juguete erótico en el bolso? Solo a mí. Pero es que a veces se me hacen las tardes tan interminables en el despacho que no lo puedo evitar. Trato de pasar por su lado para largarme y terminar con esta vergonzosa situación, pero me sorprende cuando da un paso hacia la derecha y me impide avanzar. Al alzar la mirada 4Cf sorpresa es todavía mayor cuando alarga la mano y me roza el brazo con mucha suavidad. Todo mi cuerpo reacciona ante esa caricia. Ha sido discreta, pero sumamente sensual. No me puedo creer que esté pasando todo esto.

Quizá te apetezca quedarte un poco más para charlar sobre Ducky —dice con voz grave. Está tratando de ser seductor. Y, en realidad, lo ha conseguido. Pero lo ha sido desde el primer momento en que me abrió la puerta y apareció ante mí con ese aspecto de dios. Un dios totalmente exótico. Niego con la cabeza. Estoy débil. No me apetece tontear con ningún hombre al que apenas conozco. Y mucho menos después de lo que me pasó con mi ex pareja. Hace bastante, pero el corazón todavía me duele. Ahora mismo no tengo la fuerza suficiente como para lidiar con un nuevo acercamiento, aunque solo sea exual. ??Lo siento, pero tengo que irme a casa. Debo acabar unos trabajos — le he dado demasiado información. A él nada le importa lo que yo tenga que hacer. He venido aquí porque una compañera de trabajo me pidió que la sustituyera y punto. Él se queda observándom grave. Al final asiente y se me asciende este calor desde los pies? Me lanzo al pasillo sin mirar atrás. Sé que él me sigue a una prudente distancia. Abro la puerta y, no sé por qué, me quedo quieta. ¿Qué estoy anhelando? Ni yo misma lo sé. —Te espero el viernes —dice él justo a mi espalda.

Me sobresalto al notarlo an cerca una vez más. —Vendrá Dania —Mi compañera de trabajo, a la que le he hecho el favor de acudir al modelaje. Ni hablar —suelta él, con voz dura. Giro la cabeza para mirarlo. Parece enfadado—. Ahora eres tú la modelo y no es posible cambiar —Cada vez está más serio—. Espero que el viernes vengas. No hagas que vaya yo a buscarte. Me quedo sin respiración. Ha sido demasiado brusco pero, a pesar de todo, me ha encantado que me lo pida así, aunque sé que únicamente lo hace porque es su trabajo. Casi como una autómata, asiento con la cabeza.

Una parte de mi no quiere volver, pero sé ue al final caeré. Porque además me sabe mal dejarlo a mitad. —Puedo pedirle el número a Dania — continúa él, cuando ya estoy bajando las escaleras. Esta vez no lo miro porque no quiero caer en la seducció —. Yte juro que soy muy la calle conteniendo la respiración. Me espero hasta doblar la esquina para soltarla toda. Jadeo inclinada hacia delante. Mierda. ¿por qué siempre hago favores a los demás? No tendría que haber venido. Estaba la mar de bien en mi burbuja, con la decisión de permanecer alejada de los hombres durante una buena temporada.

En especial si se trata de hombres con uerpos y rostro de dioses. Me giro para observar la finca en la que he estado hace unos minutos. Alzo la cabeza hasta posar la vista en la terraza del ático. ¿Pero qué hago mirando ahP ¿Acaso estoy esperando que él se asome a la ventana? Suelto un bufido y, con el bolso bien apretado para que no se me caiga otra vez, me pongo a andar a paso rápido, alejándome de ese hombre tan provocador. LLEGO al trabajo con más mala leche que de costumbre. Aunque, de todas formas, ya me he ganado la fama de ser la empleada que menos sonríe.

Es más: el año pasado, durante la cena de empresa de Navidad, organizaron una orpresa en la que unas cuantas entregaban una especie de diplomas a cada uno. A mí me tocó el de «para la tía más avinagrada». No me hizo ni puñetera gracia, pero sup razón. relacionado con lo anterior. Los tíos de la empresa no se atreven a acercarse a mí, ni siquiera en las fiestas. Al girarme, compruebo que todavía están hablando un par de ellos. Les lanzo una mirada mortífera que automáticamente les hace callar y volver a su trabajo. Antes de ir a mi despacho, giro a la derecha y me dirijo a la salita del café.

En ella hay dos mujeres y uno de los becarios con una tremenda cara de ueño. Ellas me sonríen, meneando las cucharitas en sus cafés. Las saludo con una inclinación de cabeza y me sirvo una taza. —Melissa, el jefe te estaba buscando —me dice Julia, la asistente editorial. Lleva trabajando aquí hace eones. No sé cuántos años tiene, pero imagino que unos cuarenta y pico. Y ella es mucho más dlvertida que yo. Hasta parece más joven —en cuanto a espíritu, claro, que no físicamente. —Joder —murmuro para mis adentros. Sé por qué me busca y no sé qué le voy a responder.

Doy un sorbo a mi café y le digo a Julia— : ¿Puedes decirle que me ha bajado la enstruación y me encuentro fatal? — Ella niega con la cabeza. Le suplico con la mirada hasta que lanza un suspiro y sé que la he convencido. Le doy un beso en la mejilla—. iGracias! Me debes ya muchas ce dónde te gustaría. También le dedico una sonrisa a Marisa, la otra mujer. Es periodista y se encarga de realizar las entrevistas y demás. Sé que no le caigo nada bien y que no entiende por qué Julia es tan permisiva conmigo. Ellas se conocen desde hace mucho y son muy amigas. Pero son el d[ay la noche. Marisa tiene tanta mala fama como yo.

Bueno, quiza un poco menos porque como es una eñora, se le permite ser más seria. Yo debería comportarme como una mujer joven alocada o qué sé yo. No comprendo aún los mecanismos de la empresa, a pesar de llevar tres años en ella. Las dejo en la salita junto con el becario, el cual está dormitando con su taza de café en la mano. Me recuerda tanto a mi cuando tenía su edad. Salia cada noche y llegaba a las prácticas con unas ojeras hasta los pies. iEn esa época no me habrían llamado «cara avinagrada»! Saco del bolso las llaves del despacho. No obstante, antes de poder abrir, noto una presencia a mi espalda.

Y entonces escucho una grave voz asculina: —Melissa Polanco, te estaba buscando. No lo miro. Giro la llave y puerta, entrando en mi de es explotación —me quejo, enchufando el ordenador— . ¿Por qué los demás no tienen que trabajar hasta tan tarde? —Quizá es que tú dejas tus trabajos para lo último —se mofa él. —Eso no es cierto. Solo ha sido esta vez —por fin me atrevo a alzar la mirada. Héctor es el único hombre que se atreve a dirigirme la palabra. Claro, es mi jefe. Mi jefe muy joven y muy atractivo. Tiene treinta y un años y puedo asegurar que la mayoría de las mujeres de la compañía están loquitas por él.

Y corren rumores de que alguna que otra se ha enredado en sus sábanas. En las mías no, desde luego. Para estas cosas soy muy tradicional. Sé que Héctor está para lamerse los dedos después de habérselo comido, pero yo no mezclo el trabajo con el placer. Y además, él tampoco parece interesado en mí. No al menos en ese aspecto. Se dedica a acosarme pero solo para pedir una corrección tras otra, para denegarme las vacaciones o para ordenar que me quede una hora más. —¿Me las vas a pasar o qué? insiste, rodeando el escritorio y situándose ante mí. No las he terminado —r encogiéndome a la esper