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31031pddccmn gy kimberlomc I 14, 2016 341 pagos LA PRINCESA DE DANCE CITY Cristina Merenciano Navarro Érase una vez, un príncipe muy guapo muy guapo muy guapo, que vivía con sus papás los reyes en un castillo muy hermoso. Cuando cumplió dieciocho años su padre le dijo que debía casarse y tener un hijo para que él pudiera dejar su reino sabiendo que tendría descendencia. El príncipe tan guapo tan guapo tan guapo empezó a buscar esposa entre las damas del reino. Primero visitó a una dama dedicada a la costura, y se dio cuenta de que con ella siempre tendría bonitos trajes, pero no le llenó lo suficiente.

Después visitó a una cocinera, y se dio cuenta de que con ella la comida servida a la mesa sería siempre exquisita, pero no le llenó lo suficiente. Visitó y visitó a damas con distintas profesiones, y todas eran estupendas, pero ninguna le llenaba lo suficiente. Un dra que el príncipe paseaba por el bosque, escuchó el canto de una doncella como viento susurrante en sus oídos. Se quedó paralizado cuando vio a una dama danzando entre las flores. Sus movimientos, lentos y acompasados, lo volvieron loco y se enamoró en el acto de ella.

Cuando el principe pidió a la dama que se casara con él ésta le contestó que era muy joven e nexperta. – Apenas sé hacer nada, todavía no tengo una profesión. – dijo la dama. – No importa, me deleitaré viéndote bailar para mr y me encantaría que me enseñases. – le le contestó el príncipe. El príncipe contó a sus padres los reyes la decisión que había tomado de casarse con una bailarina, los cuales se escandalizaron porque no pensaban que esa profesión aportara nada.

Pero cuando el príncipe la llevó a palacio, la dama les hizo una demostración y todos quedaron tan encantados, que no hubo nadie que se atreviera a contradecir la decisión del príncipe guapo, guapo, pero que muy guapo. Ambos vivieron felices para siempre, y el príncipe no dejó de admirar nunca la belleza de su mujer mientras bailaba. De pequeña mi madre me contaba ese cuento todas las noches. Me imaginaba a un príncipe de rasgos marcados, moreno, de ojos claros, piel bronceada, esbelto… Me imaginaba que yo era la doncella que bailaba para él, y conseguía volverle loco solo con mis movimientos.

Me imaglnaba que yo era bella, de pelo rubio y ojos azules, delgada pero con curvas. E imaginando me dormía y soñaba con todo ello deseando que alguna vez, mis deseos se hicieran realidad. Me desperté con la música del despertador de mi móvil y me ieron ganas de lanzarlo a la otra punta de la habitación. Por suerte, a pesar de que estaba grogui, también estaba lo suficientemente consciente como para darme cuenta de lo que supondría quedarme sin t que a pesar de lo mucho drugar, todas las apagarlo suavemente.

Me había puesto como melodía la canción «Suerte» de Jason Mraz y Ximena Sariñana porque me relajaba mucho escucharla, pero ni aun así conseguía levantarme de buen humor. Sobre todo porque sabia la mañana que me esperaba, trabajando en el horno, con el calor agobiante. Lo único bueno que tenía ese día era que por fin era viernes, y esa noche trabajaba en lo que ealmente me gustaba. Había conseguido que en la panadería me hicieran un contrato de lunes a viernes solo porque por nada del mundo dejaría mi trabajo de los fines de semana, a pesar de que sabía que tenía que complementarlo con otro curro para poder salir adelante.

Y no es que en la discoteca me pagaran mal. Conseguía ochocientos euros al mes trabajando tan solo viernes y sábados. Pero ese trabajo exigía una imagen, y tenía que comprarme ropa y calzado adecuados, asi como que no podía vérseme continuamente con los mismos modelos encima del escenario, por lo que tenia que estar renovando el vestuario continuamente. Además de que estaba pagando el Peugeot RCZ que me había comprado hacía un año porque era una fardona, y entre la letra y lo que me costaba mantener, necesitaba tener dos trabajos. Me levanté sin poder abrir los ojos, pegados por las legañas.

Me preparé el café con leche antes que nada porque salía demasiado caliente y así, mientras me arreglaba se iba enfriando. Me miré al espejo y vi la pnta que tenia. Menos mal que el maquillaje hacía milagros en 3 341 enfriando. Me miré al espejo y vi la pinta que tenia. Menos mal que el maquillaje hacía milagros en mí, porque recién levantada estaba que daba miedo. Aunque para ir al horno no podía pintarme demasiado porque del calor la pintura acababa toda corrida. por lo menos un poco de colorete disimulaba el color aceituno de mi rostro. Salí de casa corriendo porque llegaba tarde y sabía que mi jefa no me aguantaría una más.

El lunes había llegado tarde, como casi todos, y me dijo que a la próxma me pondría de patitas en la calle, y no podía permitirme que eso ocurriera. Pero es que los lunes estaba tan cansada… Los sábados terminaba de trabajar en la discoteca a las ocho de la mañana y como el domingo me lo pasaba resacosa, los lunes todavía no me habra recuperado del ansancio acumulado. Por suerte, llegué antes que mi jefa. Fue un alivio encontrarme el horno cerrado porque podría decir que llevaba rato esperando. La jefa apareció por una esquina acompañada de Elvira, mi compañera.

Ambas habían ido a tomar un café mientras esperaban al marido de la jefa, porque ésta se había olvidado las llaves en casa. Mierda. Ahora no podría salirme con la mía. Ángeles, mi jefa, me miró moviendo la cabeza a un lado y a otro como diciendo «te libras por mi despiste que si no… » y yo la miré tratando de sacar mi mejor sonrisa mezclada con un LO SIENTO, como una catedral. Elvira era muy dicharachera. Se notaba que el trabajo le gustaba y parecía que pretend 341 era muy dicharachera. Se notaba que el trabajo le gustaba y parecía que pretendiera heredar la panadería.

Era muy pelota y siempre estaba dispuesta a hacer las tareas más costosas, cosa que a mí me parecía bien porque así me libraba yo de hacerlas. Lo bueno era que no se metía conmigo por ello. Me admiraba mucho porque me había visto bailar en la discoteca y estaba alucinada. No solía decir nunca que de pequeña había dado clases de ballet para que pareciera que mis movimientos eran innatos, y me enorgullecía cuando alguien se quedaba como lo había hecho mi ompañera de trabajo. Además, tanto se habían burlado de mí mis compañeros del colegio cuando lo contaba que me prometí que nunca más se lo diría a nadie.

Era mi secreto, solo yo sabía que si bailaba tan bien era porque usaba pasos aprendidos en la infancia. Una cosa buena que tenía el trabajo en el horno era que también hacíamos comida para llevar, y cuando sobraba, que era lo más normal, sobre todo porque cocinaba la jefa y no es que lo hiciera muy bien, nos dejaba llevarnos lo que quisiéramos. Había días que me había llevado hasta tres comidas diferentes, y cuando había llegado a mi casa dos de ellas e habían ido directas al congelador. Así los fines de semana solo tenía que descongelar cuando me levantara, normalmente por la tarde.

Ese día solo sobró un poco de lasaña, el resto de comidas se vendieron a gente que era la primera vez que entraba y como la pinta no es que estuviera mal 341 se vendieron a gente que era la (aunque sabía que luego se sorprenderían con el sabor), se había vendido casi todo. Me fui a mi casa con mi lasaña pensando en qué modelito luciría esa noche. Comí y me duché porque necesitaba quitarme el olor a horno de encima y me tumbé en la cama a descansar porque ese día todav(a me esperaban otras uatro horas de curro, que aunque fueran esas en total, por los tiempos que bailaba, en realidad suponían estar ocho horas en las discoteca.

Ballábamos siempre dos bailarinas durante quince minutos, descansábamos otros quince, y asi toda la noche. Y me sentía importante, admirada, deseada. Me planché el pelo porque me gustaba empezar la noche lo más arreglada que pudiera, a sabiendas de que poco a poco y con el sudor, se me iría ondulando, así como corriéndose el maquillaje (aunque para eso tenía arreglo porque me lo retocaba en los descansos); el pelo al final solía acabar recogido en una coleta. Llegué a la discoteca a las once y cuarto, siempre con tiempo para tomarme una copa antes y después de cambiarme y así empezar a trabajar un poco entonada.

No es que me diera vergüenza subirme al escenario a hacer lo que sab[a que mejor se me daba. Seguramente en un recital de ballet, con todos los espectadores sentados y observándome fijamente, me habría dado más miedo escénico que en la discoteca. Pero es que en Dance City tenía que lidiar con los típicos más miedo escénico con los típicos pesados que queriendo hacerse los graciosos no dejaban de molestar. Eso era lo único que no me gustaba de ese trabajo. Pero en fin, ino podía ser todo perfecto! Amanda era mi compañera de baile.

Tenía dos años más que yo pero parecía que tuviera más. A mí siempre me han echado menos edad de la que tengo y a lo mejor por eso a ella la veía tan mayor. Ella decía que la vida la había tratado mal y yo pensaba que por eso estaría tan demacrada. Pero lo cierto es que la mía no había sido una vida como para echar cohetes. No entendía cómo la contrataban todavía, porque sabía que Francisco, el dueño de la discoteca, miraba mucho el físico, y Amanda estaba muy delgada, excesivamente, y era guapa, pero desentonaba mucho conmigo y con las tras dos chicas.

De Rebeca y de Merche apenas sabía nada porque como bailábamos siempre por separado apenas hablábamos más que cuando estábamos en los vestuarios. Esa noche me puse un corpiño naranja de tela brillante con una braga de bikini blanca y unas botas por encima de las rodillas blancas de charol. Me anudé a la cabeza una cinta de la misma tela que el corpiño porque me gustaba parecer una niña buena, y comprobando que el maquillaje estaba perfecto, salí con Amanda al escenario.

Cada una en un lado, llenábamos el escenario con nuestros movimientos animando a la gente a bailar. Como siempre, al principio de la n scenario con nuestros movimientos animando a la gente Como siempre, al principio de la noche apenas había nadie y bailábamos sin cansarnos demasiado dejando lo bueno para cuando la discoteca se llenara. Además la música tampoco acompañaba. Era como si el disc-yóquey pensara que como no había gente hubiera que poner la peor música. No motivaba. Poco a poco la discoteca se fue llenando, y nosotras animándonos.

Sollamos descansar en el cuarto donde nos cambiábamos, pero si nos lo estábamos pasando bien, nos quedábamos en la pista mientras bailaban nuestras compañeras. Y eso era cuando se nos acercaba alguien que mereciera la ena, y cuando digo alguien me refiero a un tío bueno al que dieran ganas de echarle un polvo. Bajé del escenario después del cuarto pase con ganas de hacer pis. Me dirigi al cuarto de baño pero un tipo me paró por el camino. Me agarró del brazo y me dejó mirándole a la cara. – Hola, guapetona, ¿cómo te llamas? – típica pregunta que solían hacer todos. Ah, yo no me llamo, pero bueno, me suelen llamar Sandra. – le contesté gastando la misma broma que hasta a mí empezaba a sonarme repetitiva, pero que como la hacia con tíos distintos, solía repetir porque causaba gracia. Cuando trabajaba solía dar ombres falsos porque no me gustaba que supieran demasiado sobre mí, y menos mi verdadero nombre. – Sandra, encantado, yo me llamo Javi. — dijo el chico. La verdad es que no estaba nada mal. – No, tú no te llamas. – me llamo Javi. – dijo el chico. La verdad es que no estaba nada mal. – No, tú no te llamas. – seguí con la broma. Ya, ya, qué ingeniosa. – el tio trataba de mostrarme su mejor lado porque quería enrollarse conmigo. Estaba acostumbrada a esa cara, la cara que te dice mira qué guay que soy, podemos montárnoslo cuando quieras ¿qué tal ahora? – Bueno, lo siento pero me has pillado que iba al baño. dije intentando soltarme de Javi, que todav[a me tenia cogida del brazo. – Está bien, te espero aquí. – Y luego tendré que trabajar. Mira, ¿ves ese escenario? pues yo soy la que hace cinco minutos estaba ahí, y como no vaya rápido al baño se me pasará mi tiempo y no podré hacer pipí.

Me solté pensando que si el tío de verdad estaba interesado, esperaría a que estuviera menos ocupada. Entré en el vestuario de los trabajadores y mientras hacía pipí, pensé que tal vez volviera por el mismo camino hacia el escenario para volver a ver a Javi, a ver si todavía se acordaba de mi. Cuántas veces me habían tirado los trastos tíos que luego, cuando he vuelto a pasar han estado ligando con otra chica, o se me han vuelto a presentar como si no me hubieran visto antes! Lo que hace el alcohol. La verdad es que Javi estaba muy, pero que muy bueno.

Tendría que haberme entretenido un poquito más con él. Pasé por su lado pero iba muy justa de tiempo. Cuando tenía que ir al baño se me pasaba el tiempo visto y no visto, porque tenía que ir esquivando a la gente hast g 341 al baño se me pasaba el hasta llegar al vestuario, y luego lo mismo para la vuelta. – Hola Sandraa. – me dijo. Casi me enfado porque no me cordaba del nombre que le había dado y creí que había sido él quien había oído mal, o que me confundía con otra. Pero tuve reflejos y reaccioné a tiempo. – Hola Javii. – contesté – Nos vemos luego, ¿vale?

Ahora tengo que trabajar. – Vale, guapetona. Me fui hacia el escenario más contenta que unas pascuas, después de que un chico tan guapo me piropeara. Era mi estimulante preferido. Cuando un chico guapo me decía lo bien que bailaba o lo guapa que era, aunque lo primero supiera que era verdad y de lo segundo aún dudara, me senda feliz, importante y poderosa, capaz de comerme el mundo de un bocado, capaz de hacer lo que fuera. Subí al escenario, donde la chica que estaba bailando ya me estaba señalando el reloj dando a entender que me había retrasado. Lo siento. – dije una vez arriba. No contestó y en lugar de ello me miró de reojo perdonándome la vida, como si por esos dos minutos que había tardado en llegar al escenario, se fuera a desmayar por el cansancio o algo así. A mí me daba igual bailar más tiempo cuando me tocaba, y estaba segura de que la bailarina se iba a coger su tiempo vengándose de mí por mi tardanza. Me puse a bailar y no tardé en ver a Javi bajo el escenario. Le había gustado. O mejor dicho, le había gustado mi físico I